domingo, 29 de abril de 2012

Lo que las palabras no alcanzan a decir


Este lindo retrato es de Cristian Mercado
Solo hay que alzar las manos y sacudirlas. Fuerte. Que se sientan las ganas, que parezca que llueven dedos de la emoción. Ellos sabrán que lo han hecho bien, que lograron sacarle al público un aplauso prorrumpido sin juntar las palmas, porque así es que aprendieron a celebrar. No hay gritos de emoción. Sobran los gestos de alegría.

Los 120 niños con limitación auditiva del Centro de Educación y Rehabilitación de la Audición y el Lenguaje, Ceral, presentan diferentes niveles de sordera: hay sordos profundos, sordos con ayuda (audífonos), hipoacúsicos e implantados (aquellos que se valen de implante coclear). Algunos también han sido rehabilitados por la fonoaudióloga de la institución, quien regularmente les hace valoraciones para comprobar el avance que debe verse reflejado luego de los procesos de aprendizaje.

Ellos comparten aulas con poco más de 60 estudiantes oyentes que van a su ritmo en las clases. Las políticas de inclusión educativa se han desarrollado a la inversa: son los alumnos sanos quienes se han ido sumando poco a poco.

Juntos han logrado establecer los parámetros tácitos de un entendimiento ideal: entre gestos, palabras a medio pronunciar y sobre todo, sonrisas.

Y esta foto es de Jairo Rendón (al igual que las
de debajo)
Ese oleaje de manos que se alzó luego de la presentación de los chicos en el VIII Encuentro Intercolegial de Letanías, en el marco del Día del Idioma, fue gracias a ese perfecto engranaje entre voces y gestos.

Basan su infancia y amistad en una simbiosis de sonidos y mímicas, con los que recrean el mundo y se vuelven dueños de él.


Sordos, chicos y felices. 

Con manos y dedos recrean el mundo. Verbos y sustantivos vienen cifrados en lenguaje dactilológico (señas con los dedos), pero no menos entendibles por esta razón.

No es necesario hacer la salvedad de que son niños normales. Lo son y se nota. Ríen, lloran y hasta bailan. Danzan por las vibraciones del sonido y llevan el ritmo mejor que muchos oyentes.

Su fuerte es el lenguaje de los gestos, el que, más allá de las barreras idiomáticas, puede traducir las más inimaginables y ambiguas palabras, situaciones y/o sentimientos.

Son una comunidad minoritaria con lengua propia. En la Ley 324 de 1996, conocida como la ‘Ley del sordo’, se definieron los términos para referirse a la población sorda nacional y se decretaron los artículos que sustentan sus garantías.

Viven su niñez al máximo. 


Aunque suene cliché, la limitación en su aparato auditivo no tiene nada que ver con lo lejos que pueden llegar. Corren, saltan e incluso, gritan. Se confunden entre aquellos que sí logran escuchar y se sienten como ellos.

Son felices porque nada los detiene. No hay ‘peros’ que valgan, ni ‘casi’ para quedar conformes.

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