martes, 28 de febrero de 2012

Hogar Santa Elena, un castillo de hermosas princesas

Así son las fachadas de las salas donde viven las niñas y en las que se dividen según su edad



Cuando suena la alarma a las 5.30 am, las niñas se desperezan, enfocan sus ojos y aún con los vestigios del sueño tienden su cama y la adornan con el oso de peluche que las acompaña cada noche. Se aprestan a cambiarse lo más pronto posible para salir al colegio. Se ausentarán unas cuantas horas, pero luego estarán de vuelta. Saben que el camino a su casa es el mejor de los retornos.

El hogar Santa Elena recuerda a una casita de muñecas. Y ciertamente lo es, pues habitan en su interior un ‘ejército’ de pequeñas que lo llenan de vida y alegría con su presencia. Es, quizás, la casa más grande del Barrio Abajo, en pleno corazón de Barranquilla. Hay tres grandes cuartos que hacen las veces de mini estancias donde se dividen a las niñas por grupos de edad. La más pequeñas ocupan el ‘San Francisco’, las que tienen entre 7 y 13 años se alojan en el ‘Santa Clara’, y las mayorcitas en el ‘Fray Luis’.


Las 30 niñas están bajo el cuidado de la congregación de las hermanas Terciarias Capuchinas. Ellas, junto a un equipo humano conformado por dos maestras y una psicóloga, se encargan de brindarles todo el respaldo a esas ‘hijas adoptivas’ que han arribado a la casa y han hecho crecer la familia. Allí no se limitan a ofrecerles un techo, también les entregan lo mejor de sí para hacer de ellas seres humanos con entereza.

Allá, las pequeñas aprenden a realizar los quehaceres personales y a ser mujeres autónomas y tenaces. Cuando regresan del colegio al mediodía se disponen a almorzar y reposarse para asistir a los salones de estudio. Con la guía de una maestra realizan sus deberes académicos; se ayudan entre ellas mismas para que la comprensión sea mayor y fortalecer los lazos de fraternidad.

Más que amigas, las niñas se convierten en hermanas.  Comparten techo, horarios y espacios, e incluso las historias que las llevaron a hacer parte del hogar. Provienen de hogares de escasos recursos, con problemas intrafamiliares y con diversas situaciones de vulnerabilidad. La mayoría llega sin luz en sus ojos y al cabo de un tiempo irradian brillo y felicidad por cada rincón del lugar.

Mantener una casa de las proporciones del hogar Santa Helena, que cuenta con patios internos, cuartos de lectura, sala de informática, salón de actividades y hasta piscina, no es fácil. Ya una vez las hermanas estuvieron a punto de cerrarlo por falta de recursos, pero la solidaridad se impuso y gracias a la gestión de varias empresas y aportes de personas de buen corazón, logró seguir adelante.

El hogar Santa Elena es el castillo de esas princesas. La mejor fortaleza que pueden encontrar para vivir plenas y seguras. A las 9 de la noche todas se refugian en sus cuartos, delicadamente adornados y que les recuerdan que esas paredes encierran la mayor posesión de sus vidas: la familia, que no eligieron, pero que se ganaron por ser unas tiernas niñas llenas del don del agradecimiento.

¡Porque las buenas historias y los finales felices sí existen!