miércoles, 31 de julio de 2013

La verdad sobre el caso Joël Dicker

Este artículo fue publicado en el diario El Heraldo el 25/07/2013

“Un buen libro, Marcus, es un libro que uno se arrepiente de terminar”, le explica Harry Quebert a Goldman, el personaje narrador de la nueva novela en lengua francesa que ya se encuentra en escala de fenómeno mundial. Y el arrepentimiento se cuela entre los lectores cuando empiezan a extrañar la palpitante historia de un reputado profesor de literatura, una vez inmersos en las 660 páginas de este thriller americano escrito por un suizo, que parece terminar en cada capítulo, cuando, apenas, una nueva historia comienza.

La habilidad narrativa de Jöel Dicker pone a prueba sus 27 años, una edad casi atrevida para cargar con el éxito avasallante de una primera novela publicada con más de 750 mil ejemplares vendidos, y la osadía de colgarse al cuello los galardones Goncourt des Lycéens, el Gran Premio de Novela de la Academia Francesca y el Lire a la mejor novela en lengua gala. Temprana hazaña editorial.

Carátula del libro
Del idioma original del texto, el suizo tiene que decir que “la novela francesa está atravesando tiempos difíciles, y ya París no es la verdadera capital de la cultura: ser leído, apasionar a los lectores, es visto como sospecha. A la cabeza de las listas de los libros más leídos está Harry Potter o Cincuenta sombras de Grey. O la novela americana de un suizo como yo”. Es cierto. Ahora, el libro del ‘niño prodigio’ de la literatura europea sobrevive a las ‘llamas’ de Inferno, de Dan Brown, incluso aventajándolo en algunos países como España e Italia.

La verdad sobre el caso Harry Quebert, la segunda novela que escribe Dicker, pero la primera en ser publicada, es pura ficción con sabor a verdad que no dejar de sorprender párrafo a párrafo. Una cuenta regresiva que no para hasta descubrir quién mató a Nola Kellergan, una encantadora quinceañera residente en Aurora, New Hampshire, amante de Quebert, el mentor de ‘El Formidable’ Marcus Goldman.

En las primeras páginas, sobre todo, hay un sentimiento agudo: un suizo que se cuela en el corazón americano, redescubriendo los pasos de su proeza como escritor, como cuando todo era un sueño. Parece que Joël Dicker se autoprologara. Sus líneas, quizás, dilucidan los atisbos del lector que interpreta a modo de autobiografía. Todo esto, con la investidura estadounidense de un promisorio escritor perdido en los suburbios neoyorquinos. Algo así como escuchar Sweet Home Alabama de fondo, sintiéndose poderosamente norteamericano. Tanto como Forrest Gump o el Tío Sam.

El Millennium suizo, como lo ha catalogado la crítica mundial, cumple toda la intención de su autor: desbordar los sentimientos de los lectores en su libro tal como lo harían con una serie televisiva de Hollywood. “Quería intentar escribir una novela extensa. Escribir un libro largo que se leyera rápido pero que no dieran ganas de terminarlo. Un libro que fuera como un suspiro. Un único suspiro”, declaró Dicker. Sueño cumplido.

Sus influencias: Philip Roth, “el escritor vivo más grande”, según el suizo. Roth, un Jersey boy ganador del Pulitzer, por solo mencionar uno de los tantos galardones conseguidos, despierta una pasión inusitada en Dicker, quien incluso rodea las pretensiones de Stieg Larsson con su trilogía de novelas policíacas.

En Latinoamérica ya se asoma la obra, por eso, conviene hablar de la verdad sobre el caso Jöel Dicker, más que del propio Quebert, en realidad.

lunes, 29 de julio de 2013

De fiesta, ¡un año más!


Ya es un añito más, y ¡son tres! Cuando creé Indeleblia sabía que debía perdurar, quedarse para siempre conmigo y con ustedes hasta que estas letras atrevidas que se me salen de vez en cuando permanecieran en el tiempo.

Tres años son valiosos para mí, para este micromundo que se asoma en el gran universo virtual y regala maneras diferentísimas de ver la vida, de sentirla, de olerla, de imaginarla.

A los lectores de siempre, gracias mil, y como siempre, pedazos de pudín cibernéticos, así como una rica de taza de café, con mucha azúcar, como la suelo pedir.
A los ocasionales, un abrazo de bienvenida, y la invitación para quedarse.
Ya verán que valdrá la pena.

Con amor, Andre.

jueves, 18 de julio de 2013

Puerto Colombia: una obra de arte a orillas del mar

Este artículo fue publicado el 19 de mayo/2013 en el diario El Heraldo.

'Concierto de piano en el Muelle', obra de Rigoberto Rodríguez.
Las fotos son de Andrés Rodríguez y las reproducciones de las obras de Giovanny Escudero.
Una línea tangencial al malecón policromático en la explanada del mar bordea los sueños de colores de los porteños. Su fisonomía, también colorida, la han pintado 80 artistas que le apostaron al renacer del municipio atlanticense que se esconde bajo las coordenadas 10°59’’’ latitud Norte y 74°57’’’ longitud Oeste.

Estas, a su vez, revisten la magia de un pueblo que ha pintado su historia a través del arte, que como oleajes del agua del mar, se columpia en un vaivén que la arrastra justo hasta la orilla de su origen, o bien, la aleja, adentrándola al interior de las aguas, que como el olvido, se la traga de a ratos.

Esa marejada en altamar se ha acordado, desde hace algún tiempo no precisado, de devolver al borde de la playa los años mozos de una bonanza artística, cuyo génesis y culpable –concuerdan todos los hechizados de Puerto Colombia- es el mar.

En ese recinto de sol y salinidad, Alejandro Obregón y Sonia Osorio descubrieron una fortaleza que florecía como recinto del arte y de amores. La casa donde vivieron, adornada con un mosaico y un mural, pronto será un parque con jardín que se llamará como la pareja. Otros nombres, como Arnoldo Bolívar, Marceliano Solano, Víctor López, Guillermo Rudas, entre otros, se desprenden de los pensamientos de quienes recuerdan aún a pobladores insignes del municipio que dejaron huella como referentes culturales.

La bahía de Cupino fue el caserío que antecedió la población que duerme al noroccidente del departamento del Atlántico, esa que es reconocida por albergar “un Muelle de atracadero de barcos trasatlánticos, que en su época, marcó un hito histórico como obra de la ingeniería”, según explica Álvaro De la Espriella Arango mientras prologa el libro Puerto Colombia, un patrimonio histórico cultural.

A su autor, Rigoberto Rodríguez González, se le dio por nacer en San Bernardo del Viento, Córdoba, pero su labor artística y docente lo arrastró a la esquina porteña, la misma que se convirtió en la inspiración de sus pinturas, que atrapan en pinceladas, casi como epigramas, los momentos que han escrito el ser de la población.

El Muelle, el gran brazo del Municipio, es el tema recurrente en sus obras, ya sea ‘tocando melodías’ como en Concierto de piano desde el último muelle, o con un Munch ‘parafraseado’ en óleo, en El grito en el muelle de Puerto Colombia.

Efraín Arrieta, su profesor en la escuela de Bellas Artes, lo llevó allí para pintar el mar, el Muelle, sus encantos, en 1983. La invitación desembocó en un ejercicio educador, que trascendió las aulas de clase y lo motivó a “rescatar la memoria histórica en el libro”, que ha entregado en varios tomos. El primero vio la luz hace 8 años.

En las páginas del segundo de ellos, lanzado hace un año, se leen nombres como Pedro Peñate, Dagoberto González, Jaime Saltarín, Róbinson Bolívar, Javier López, Jorge Miranda, Alberto García, Luis Fernando Suárez, Juan Miranda, y muchos otros que, por espacio y un simple acto aleatorio, que consistía en mencionar a algunos pocos, no caben en este texto.

El profesor Rigoberto, en su investigación, rescató del abandono a estos personajes, quienes han levantado, junto con otros actores, a Puerto Colombia como una fortaleza artística. Los efluvios marinos del lugar han construido un recinto vivo que camina con la cultura como norte. El boom del arte porteño va contracorriente a la vida recortada del ‘pentamuelle’, que se derrumba cuanto más álgido se vuelve el punto en el que se alza la ‘movida’ cultural local.

Talleres de pintura y escultura, de danza y literatura; cineforos, obras de teatro y otro tipo de encuentros culturales esculpen la columna que sostiene la interesante actividad pedagógica y creativa. Un cronograma bien delineado de eventos semanales y mensuales ubican a Puerto Colombia como un espacio propicio para fabular estéticas, para recrear nuevas formas de educación y expansión del alma a través del arte.

32° grados centígrados funden esta población al calor efervescente que alberga casi 27 mil habitantes, según el último censo del Dane, datado del año 2005. Ese sopor cocina el ingenio de los artistas locales, muchos de los cuales han encontrado un refugio vital para su labor en la Fundación Puerto Colombia, una entidad sin ánimo de lucro, que con más corazón que palabrería, ha logrado visibilizar las acciones de estos acrobáticos espíritus, que han escondido la dificultad en un traje que sonríe, en una mirada optimista que guarda el súmmum de sus sueños.

“Hemos identificado unas fortalezas impresionantes para desarrollar en el municipio y en la Región. La primera, es un hecho histórico que pertenece solo a Puerto Colombia, y es que fue la entrada, gracias a su Muelle, de toda la modernidad a Colombia. Por aquí entraron los inmigrantes de las dos guerras que se vivieron en Europa. Y estos inmigrantes, que fueron casi 4 mil, transformaron a Colombia en lo genético, en lo cultural, en lo gastronómico, en lo social, en lo económico”, explica Hortensia Sánchez, presidente de la Fundación.

Esa ola migratoria marcó, en gran medida, las futuras generaciones. Hoy, los descendientes de los Waresky, Campbell, Kandlar, Hodwalker, Lamamna, Cerdan, Altahona, Maury, Bosch, Loewy, Sperer y de otras familias italianas, francesas, libanesas, alemanas y españolas, apersonan la influencia romántica de sus genes europeos y reavivan el delicioso gusto por el arte, siempre bien plantado en el Viejo Continente.

El hecho histórico de contar con el Muelle, obra del ingeniero Francisco Javier Cisneros, ha nutrido esta esquina del Caribe con una inyección de arte única. “Hay una nueva migración de artistas a Puerto Colombia. Nosotros llevamos contados casi 400, entre literatura, artes plásticas, arte dramático, fotografía, en todas las manifestaciones. Lo que hicimos con el Malecón fue unir una población artística como en un punto geográfico importante del municipio. Los hacemos visibles”, continúa Sánchez.

Esa realidad tecnicolor que pinta cada rincón del municipio con arte la atestigua Iván Wharff, el nuevo secretario de Cultura municipal y uno de los gestores culturales de la zona. “Desde que estoy vivo, en Puerto he visto el proceso cultural, y en mi época de niño, me acuerdo que la parte artística se manifestaba de una u otra forma de manera espontánea”. Sus recuerdos lo llevan a 1971, cuando se conformó el primer grupo experimental de teatro, al que lo sucedió un fuerte trabajo en pro del Carnaval, cuando anónimos se reunía informalmente y le proponían actividades al alcalde de turno.

La creación de la Casa de Cultura, recinto sagrado que albergó intentos culturales que hoy susurran como eco sordo, fue un hecho que, según Wharff, “empezó con 20 personas y terminó con tres”. Sin embargo, las acciones que impulsaron los hacedores culturales a nivel nacional con estos epicentros formativos desembocaron en la creación de la ley general de Cultura, en 1997. Este hecho, según el funcionario, vino de la mano de un cambio en la misma actitud del porteño, que antes no se preocupaba por culminar sus estudios de secundaria, y que hoy se ahoga en “una juventud ávida de conocimiento”.

Ser porteño implica ver nacer el Sol en el mar. Es un municipio estratégico, y por eso desarrollamos lo que tenemos, rodeado de cerros”. Esa descripción romántica de Wharff, anidada a la cercanía de la población con una ciudad como Barranquilla, son los principales factores de progreso artístico de Puerto Colombia. “Ahora, la prosperidad social es la bandera de gobierno del alcalde Carlos Altahona, por lo que brinda apoyo irrestricto a todas las manifestaciones artísticas y culturales”. Un visto bueno que crea, que convoca, que da esperanza a los creadores.

Puerto Colombia es un cuadro surrealista, una tragicomedia de colección, un poema con lágrimas, una cinta expresionista, un cuento de amor, una pieza de jazz, una danza de tradición. Que el arte, en su más pura finalidad comunicativa, sirva como vehículo para levantar el Muelle, monumento nacional que aún funge como bastión de ese rincón veraniego, bordeado de la más mágica y artística agua del mar.


El francés de la ‘película’ porteña. El francés que se topó con Puerto Colombia en su camino debe culpar al amor. Una cachaca –es él quien la llama así– se había casado antes con el mar, por lo que terminó mudándose al municipio porteño. Una vez allí, llegó un crítico de cine francés, de nombre Germain Sclafer, que se dice parisino de corazón. 


El galo llegó luego de recorrer Suramérica, tierra donde encuentra el equilibrio perfecto entre modernidad y tradición, y hoy escribe junto a su cachaca su propio guión, al mejor estilo del cinema clásico norteamericano, su otro gran amor.


El cineforo ‘La Estación’ fue un descubrimiento para ambos. De puro romanticismo, el francés llegó a la Fundación Puerto Colombia para ofrecer sus servicios, y hoy coordina una de las iniciativas culturales más arraigadas del municipio.

Su vida transcurre mientras caminan los ciclos temáticos de cine que plantea, y los porteños la siguen semanalmente, cada vez que se concentran en la plaza para romper la rutina y vivir de fotogramas por segundo bajo el cielo y las estrellas.

Germain Scafler

El poeta de los sueños sin caducidad. Ángel Medaglia, el Poeta del Muelle, declama la prosa y habla en drama. Notas mediterráneas se derraman sobre el acento costeño que se ha ganado por nacer en estas latitudes, sin embargo, sigue dejando acariciar los ancestros italianos que lo definen. El amor por Puerto Colombia lo atrapó luego de una invitación de su hermana, que escogió ese municipio para vivir su matrimonio. Dicho latir se entrelazó con el placer que le producía la poesía, el arte que heredó de su tío Américo.

“Inicialmente me fui a Sabanilla, porque era un balneario que frecuentaba la gente de élite de Barranquilla, y esa era una playa anchísima, ese era el público que yo prefería para la poesía, porque era gente culta. Declamaba a la orilla del mar mis poemas”.

Rimas y versos terminaron en un intento por el rescate del entonces olvidado Castillo de Salgar, adonde se atrevió a declamar poemas para los enamorados.

Ese ímpetu que le provocó el rescate del castillo lo hizo soñar, luego, con ese “vestigio de otrora” que se le antojó el Muelle. Su composición data de 1994, y desde entonces, no ha hecho más que abogar por salvarlo. Sueño sin caducidad.

Ángel Medaglia

La voz de un anhelo en tono mayor. La voz es el instrumento de Rosemberg Cueto, el menor de cuatro hermanos, el gestor de un eco coral que retumba hoy en la actividad cultural de Puerto Colombia. Su amplio recorrido artístico, forjado en la escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico, lo hace líder de una propuesta que suena y retumba en el alma de quienes aman la música y la sienten mejor a orillas del mar.

Un proceso coral significaba un reto en el municipio, que no tenía tradición lírica de este tipo. Sin embargo, la fuerza de su pasión lo llevó a tocar las puertas del Santuario Mariano Nuestra Señora del Carmen, la parroquia de Puerto, y conformar el coro infantil Regina Coeli, que amenizaba las eucaristías infantiles.


Su sueño maduró y los jóvenes consiguieron equiparar la destreza emanada de los más pequeños, conformando así el proceso juvenil.


Las voces se hicieron más fuertes. Un grupo consolidado los hizo abrirse camino y moldear una imagen definida, esa que ha trascendido la barrera estival porteña y los ha llevado a participar en encuentros nacionales de coros.

La composición armonizada de las voces suena al ritmo de una melodía que eriza, que convierte a Puerto en canción.


El maestro de los pasos firmes. “Hablo mucho”. Así se presenta Reynaldo Tejera, un periodista frustrado que desenfunda el don de la palabra que atesora hablando de su otra pasión: la danza. Un “accidente de colegio”, como le llama, terminó por revelarle que los pasos de baile se le daban bien, combinados con un alma docente que descubrió mientras cumplía sus horas de alfabetización como estudiante.

Enseñar lo atrapó, y aprendió el arte de la pedagogía montando puestas en escena que copiaba de lo que veía en televisión.

El conocimiento empírico en el baile lo adquirió pasando canales, trazando movimientos existentes, puliendo el ojo al tiempo que la pierna. Su primera coreografía resultó un éxito y marcó el inicio de sus pasos.

Generación Activa, su grupo, comenzó a rodar con orden. La disciplina es el legado que enseña en ese proceso de formación artística y cultural que ya llevó a fundación, con el que ha viajado con sus alumnos por toda Colombia ganando premios. Ya es un veterano en el Carnaval de Barranquilla con el son de negro, y los congos de Oro conseguidos lo reafirman.

Setenta integrantes cultivan el don de la danza, ese que Reynaldo posee y que transmite hace 20 años, con el que espera seguir dando saltos de alegría, pasos de satisfacción, nutridos por el secreto de la perseverancia.

Reynaldo Tejera

El artífice de las sonrisas de la calle 10. La amplia sonrisa de Dalfre Cantillo se conjuga como un verbo aún sin pronunciar. Llegó, proveniente de Arroyo de Piedra, al recodo porteño un seis de enero. Se bajó en la calle 10 y los niños colmaron su vista.

Correrías de pequeños de un lado a otro, que colindaban con el oscuro círculo de la droga y sus trampas, justo a un costado de los sueños que apenas se atrevían a asomarse.

Dalfre, maestro en arte dramático, comenzó a mascullar, junto a su compañera Cristina Atehortúa, un proyecto para reivindicar a una niñez con ganas de sonreír sin miedo.

La puesta en escena del mito de Prometeo encadenado fue su primera gran idea materializada, una performance que ha conseguido varios congos de Oro en el Carnaval de Barranquilla.

Dalfre arranca carcajadas a los 105 niños que se apretujan a lo largo de la calle 10 de Puerto Colombia. Con 30 trabaja como grupo base, y a los demás los incluye en talleres de teatro al aire libre, porque la calle es el mejor escenario. Su más reciente obra vuela por los aires. Son acrobacias con telares que acercan a los niños un poco más al cielo, un poco más a sus sueños.

Dalfre Cantillo y los niños de la Calle 10

La albañil de la ‘Ventana Mágica’. Desde la ‘Ventana Mágica’, Isidra De la Vega ha visto crecer culturalmente al municipio que hizo suyo hace 23 años. Las líneas que declama desde los cuatro, de la autoría de Julio Flórez, la inspiraron para hacer de su vida una obra literaria en sí misma.

Solo fue llegar para sembrar, sin titubeos, la semilla de lo que hoy cosecha bajo la forma de encuentros literarios como ‘Flórez junto al mar’ y homenajes a Meira Delmar.

A la poetisa barranquillera la describe como un “ícono del Departamento”, mientras que cuando habla del autor de Mis flores negras se desborda en emoción.

Con su ‘Cuento al parque’, le regala a los niños de Puerto una forma diferente de entretenerse, de descubrir el mundo que va más allá de sus juegos infantiles, y que exploran mientras aprenden a navegar entre líneas.

Isidra, con su nombre que parece sacado de la mitología griega, sabe que el arte está llamado a crear un proceso de transformación importante en la población que se despierta con el Muelle a contraluz. Sus pulsiones se concentran en requerir, con toda la razón, recursos y espacios para que las olas bailen al son de un poema.

Isidra De la Vega

‘El Pollo’ que fantasea con el ‘Mundo Marino’. De pollo, en el oficio, no tiene nada. Más de 35 años trabajando las artes plásticas hacen que se titubee al llamarlo por su apodo con nombre de ave, pero una vez se tiene contacto con la calidez de Alfredo González, se borra el temor.

Empíricamente formado en la escultura, su labor es conocida por todo aquel que se considere porteño de verdad.

Sus manos experimentadas forjaron la simbólica figura que se alza en la Plaza Central del municipio, Mundo Marino, en la que se funden las especies del mar bañadas de color. Su esplendor no ha podido encenderse del todo porque la iluminación nunca se finiquitó, y su calidad de fuente no se ha apreciado por la falta de agua.

El recién reavivado malecón de Puerto también lleva su sello. La banca número 62, bautizada El Mar, es custodiada por un cangrejo y un pelícano que nacieron de sus manos.


El modelado y la talla en madera son algunas de las técnicas que enseña en el barrio Vistamar, donde alzó el taller de arte El Pollo, un espacio ecológico que sirve como pretexto para instruir, gratuitamente, a las nuevas generaciones.

El Pollo



Bonus track: Si van a Puerto, esto los va a recibir: