sábado, 14 de julio de 2012

El lugar que nunca duerme


 Este artículo fue publicado en el diario Qhubo de Barranquilla el 22/06/11
Las fotos son de Jorge Payares Nieto


Mientras usted se prepara para irse a la cama, ellos están terminando de alistarse para salir a trabajar. Unos llegan a las 6 de la tarde, otros a las 2 de la mañana. Tienen horarios tan disímiles como sus vidas, y un factor común que los une: su trabajo. Ellos son los protagonistas de un sitio emblemático de la ciudad, los que laboran en la plaza de alimentos más popular de Barranquilla. Los que viven en una dimensión paralela mientras la ciudad duerme.

Sin parar…

La imagen más nítida del mercado es la comunión de gentes, que entre bultos y carretillas, tintos y verduras, trabajan incansablemente, de sol a sol, para cumplir con el encargo divino del trabajo, esa bendición que se traduce para ellos en una frenética jornada.

Son 24 horas de trabajo sin parar. No hace falta adentrarse mucho al corazón del lugar para saber que allí el tiempo no se detiene. La actividad del expendio más grande frutas y verduras es maratónica. Es, al igual que los hospitales y clínicas de la ciudad, uno de los pocos lugares donde las labores no dan tregua. Sol y luna dan lo mismo, bajo la luz de ambos astros se ‘camella’ por igual.

En la madrugada no hay tiempo para el descanso y la diversión, escasamente para un tinto que mantenga las energías y  recuerde que los párpados no pueden caer.


De mayoristas y coteros

Don Fernando llega a las 10 de la noche y se instala en una silla de madera donde recibe a sus clientes y despacha la mercancía que encargó a traer desde el interior del país. Con calculadora en mano, saca cuentas del precio de la zanahoria, la papa y la cebolla blanca.
Se mantiene sentado en su sitio hasta las nueve de la mañana, hora en la que ya ha terminado de venderle la mercancía a los tenderos y dueños de casinos y restaurantes. 

Luego de esto, comienza a organizar los pagos y cobros hasta las dos de la tarde, aproximadamente. Permanece 16 horas en su trabajo y le restan ocho para dormir, descansar, comer. El martes es su día de descanso, en el que finalmente podrá acostarse a las horas en las que usualmente cumple con su rol de mayorista.

La mano derecha de don Fernando son los ‘coteros’, los encargados de bajar y cargar los bultos de alimentos para su comercialización. La mayoría de ellos llega entre las seis de la tarde y las siete de la noche, y reciben un sueldo diario que oscila entre los 25.000 y 30.000 pesos.

Carlos Coronado descarga tractomulas. Su piel resistente, casi inmune al volumen de los bultos, es el resultado de un ejercicio que realiza  desde hace 27 años. Desde las seis de la tarde está en el mercado echándose sacos al hombro bajo el resplandor de las estrellas, que como faroles encendidos, trazan una línea imaginaria en su vida, pues son el anuncio innegable de que ha llegado la hora de trabajar.

Los carretilleros son los otros responsables del transporte de mercancías. Su instrumento es una improvisada caja de madera con ruedas zambilocas que no logran sincronizarse en ninguna dirección. Sus piernas son el motor del vehículo y las que lo conducen a donde mande el cliente. Su vigor es la materia prima de su trabajo, que a son de empujar carretilla, marca el ritmo del dinero que puedan conseguir para su sustento.

Entre penumbra y verduras

Una bombilla a medio encender cuelga del puesto de verduras del tío de Osvaldo. Este último es quien lo ayuda a organizar ese rincón del mercado público. Se despierta a la una y media de la madrugada para alcanzar a tiempo un taxi colectivo que lo transporte hasta allá. Permanece en el negocio hasta el mediodía, luego duerme hasta las tres de la tarde y vuelve al ruedo: saca una moto de su propiedad y trabaja como mototaxi hasta las ocho de la noche.

Todo lo hace por sus hijos, que son cinco, y a los que quiere darles lo mejor. Su desgastante rutina es el único seguro que tiene para asegurarles un futuro. Ante esta realidad, separar y ordenar los tomates y el cebollín bajo la incipiente luz se vuelve una labor más llevadera. Sus hijos lo hacen reinventar sus posibilidades para soñar con destino mejor para ellos.

Entre verduras también se desenvuelve la vida de Edwin Herrera, un vendedor de legumbres y hortalizas al detal.  Acostumbrado a madrugar, los 22 años que tiene con su puesto le han enseñado a no preocuparse por respetar festivos o fechas especiales ni por desayunar a las 11 de la mañana.

Cuenta con dos ayudantes que lo apoyan a pesar los productos y despacharlos, y como tiene espíritu de comerciante, tiene arrendado un local de billares que le sirve como otra entrada para mantener a su familia. Todos los días viaja en colectivo desde el barrio Santa María, donde vive,  y le tranquiliza saber que afortunadamente, siempre logra vender toda la mercancía.

“Un tintico para el sueño”

No hay mejor remedio para el sueño que un tinto, dicen los abuelos. Una oleada de energía retorna al cuerpo cuando la cafeína actúa en este y recargan las baterías para trabajar. Nadie mejor para ratificar este saber popular que quienes trabajan, bajo sol y sombra, en el mercado.

Lorena es una ‘tintera’ conocida en el sector. Tiene clientes fieles a determinadas horas del día. Ella sabe a qué lugar dirigirse dependiendo de las agujas del reloj.  Su labor es una de las más importantes de las que confluyen en esa plaza, es una especie de ‘polo a tierra’ para todos aquellos quienes, en determinado momento, se sienten vencidos por el sueño, que de vez en cuando hace de las suyas.

 

La vida, a pie

Don Gustavo conoce muy bien el significado de un tinto. Lo toma durante todo el día para permanecer dinámico mientras vende toallitas. Ya son 18 años con los ‘trapitos al hombro’, trabajo que le ha valido para que la comida “no se embolate”, como dice él mismo. Recorre el lugar desde las dos y media de la madrugada proponiendo su mercancía y extiende su caminata hasta las seis de la tarde. “Ya no siento el dolor en los pies, sino el engaño”, admite con desenfado este hombre oriundo de Campamentos, Antioquia, al que los 43 años que lleva viviendo aquí lo hacen sentirse “más barranquillero que nunca”.  

Para él, los callos no son más que necedades, por eso se traslada a pie de su casa al mercado y viceversa. Vive en La Loma, pero resalta que jamás ha tenido inconvenientes con nadie porque ya lo conocen.

La ciudad descansa, ellos guerrean

En el mercado de Barranquilla, el tiempo no pasa. Las actividades que allí se realizan transcurren con tal normalidad como cuando despunta el sol y le avisa, a la mayoría de los habitantes que es hora de despertar.  La noche es testigo silente de la rutina infatigable. Monotonía de  tiempo completo, que crea en los trabajadores del sector la costumbre de sudar bajo las estrellas el sustento diario. Ellos están programados para ‘guerrear’ en su puesto las 24 horas del día, pues tienen un cómplice en sus exhaustivas labores: el tinto.

Mientras usted va y compra el periódico para actualizarse en cuestión de noticias, ellos llevan más de seis horas de pie, y aún les falta casi la mitad de su jornada para poder irse, por fin, a descansar.

miércoles, 11 de julio de 2012

Joe Arroyo, el ‘ausente’ que no se fue




Su voz, hace cerca de un año, se fue con su cuerpo, robusto y macizo, y se llevó encerrado en su garganta el prodigioso chirrido que marcaba con sello genuino cada una de sus canciones. Y aunque se apagó el origen de ese vozarrón vibrante y monumental, el eco de sus melodías retumba como himno eterno que homenajea su grandeza y su legado artístico. Parlantes, altavoces y picós reanudan la sinfonía alegre y bulliciosa de esa banda sonora que a todos ha hecho bailar, gozar y gritar hasta un amanecer.

Las emisoras han sabido traducir en música el sentir de la gente, son heraldos de la vasta producción musical de Álvaro José Arroyo, el artista que más ha sonado este año en Barranquilla. En A.M. y F.M. se baila, por igual, al mejor ritmo del ‘joeson’. Javier Echeverry, Dj de Olímpica Stereo, cuenta que “Joe es el artista que más suena, y no por muerto, sino por exitoso. Todas las canciones emblemáticas suenan siempre y por igual, no hay un día que en nuestra programación no esté incluida una canción de Joe”.


‘Juguete de amor’


 Ralphy Polo, director de la emisora Rumba, recuerda entre risas la anécdota que llevó a Juguete de amor a sonar fuerte en esa estación. Édgar Castillo, mejor conocido como Dj Édgar, incluyó arbitrariamente esta canción de 1996 –del álbum Mi Libertad– en la programación de la emisora. Al ver Ralphy que su subalterno se había saltado el conducto regular y no le había consultado por la programación del tema, le dijo: “¡Édgar, ¿cómo vas a poner ese tema si hay otro montón de canciones del Joe? Si sigues haciendo eso sin preguntar, ahorita vas a terminar siendo tú el director!”.

El Dj aceptó el llamado de atención, pero dio la explicación de por qué había actuado sin consultar: “yo estaba escuchando un CD de Joe, sonó la canción y me emocioné. Me dejé llevar por esa emoción y lancé el tema al aire”.

Para ese entonces, el maestro seguía en la Clínica La Asunción en cuidados intensivos. La gente empezó a pedir la canción con asiduidad, y ya para septiembre, todas las emisoras locales tenían incluido en su programación el nuevo éxito del Joe, para muchos desconocido.

En Olímpica Stereo, Juguete de amor estuvo tres semanas consecutivas en el primer lugar de su ranking musical durante el primer semestre del año. En Rumba Stereo la situación no fue diferente: ha sido la canción que más ha sonado a lo largo de este año en el que Joe ha sido el gran ausente, como reza uno de sus inmortales temas.

En los estaderos

En La Troja, templo salsero por excelencia de Barranquilla, Joe Arroyo también es ícono. Su nombre no se ha quedado rotulando una sala musical homenajeando su vida artística; sigue siendo Álvaro José alma y vida de rumbas que lo declaran como el máximo ídolo local de multitudes.

Allí, Juguete de amor vuelve a tener protagonismo. La piden y piden sin parar, y al mismo son la bailan, en especial las mujeres. Mi Mary y La Rebelión también están entre el top 5 de las más solicitadas.

Pero es otro par de canciones las que guardan el mayor valor sentimental en el emblemático estadero: Flores silvestres, que ya es un clásico del lugar por ser la favorita de su propietario, Edwin Madera, y En Barranquilla me quedo, que desata el paroxismo entre quienes se encuentren en el lugar a cualquier hora, y el que bien podría ser considerado como el himno ‘trojero’ del Joe.

Ya sea en verbenas o estaderos, en la terraza de la casa o en el asiento de un bus, el sonar inconfundible de la voz de Joe Arroyo parece hacer parte ya de la rutina de los barranquilleros. Su discografía es banda sonora para el quehacer diario y, hasta una fila en un paradero de bus, bajo el sol inclemente de un mediodía en la ciudad, se hace más pasajera cuando es el chirrido del Centurión de la Noche que arrulla, como brisa, la jornada ineludible que debe continuar.

martes, 3 de julio de 2012

Dos


Debí darte diáfanas dudas.
Debí decirte de duendes, doncellas, damas.
Dibujarte dioses divinos, de danubios dóciles.
Debí dedicarte Dickens deliciosamente.
Donar de delicadas dulzuras dianas dilatantes.
Días de donaire, dolores de domingo.
Difícil dilación decirte “después”.
Diademas doradas derramó diciembre; dosis de demasía.
Dando diretes domados, desengaños disímiles, dijiste detalles, datos descifrados.
Diestros desaires dormidos dejaron dichos dilemas.
Danza de desamor.