martes, 8 de mayo de 2012

A toda máquina

Esta imagen, que me encanta, es de mi amiga Vanexa Romero


El pago venía repartido así: dos millones de pesos en efectivo, 500 mil en cheques viajeros y 500 en cheques normales. Pero “la ‘Reina’ no se vende”. Así de simple. Doña Gloria Manotas interrumpió la transacción dando como argumento el único que su mente soltó racionalmente: “¡porque ella es la ‘Reina!”. Rotundo y sencillo.

El emisario del coleccionista extranjero que mandó desde Cartagena a Barranquilla a buscar la Smith Corona de 1904 que dormía en el estante del Taller Arcón tuvo que devolverse con las manos vacías. La reliquia más preciada del negocio familiar bajo ninguna circunstancia podía ser movida del lugar privilegiado donde reposaba, y por eso, hoy sigue ahí, en la vitrina más inmediata que recibe al público en el local ubicado en la carrera 44 con calle 68. En el trono de vidrio que la recibió como atracción y orgullo, vive y duerme como la consentida del lugar. Es la única máquina que habita en el taller que posee solo tres líneas de teclado alfanumérico. Las demás completan las cuatro, además de la barra espaciadora.

La Reina posando para Vane ;)
La ‘Reina’ llegó a las manos de José María Arcón Jiménez porque una señora, cuyo nombre es incapaz de recordar, llegó a su taller con la máquina de escribir metida en una cajita, envuelta entre toallas como una bebé recién nacida. La dama, quien ya conocía el trabajo de la familia, decidió que aquel taller era el mejor lugar para albergar el regalo que, en épocas pasadas, había heredado su madre de su abuela. La razón para dejarla: debía viajar a Venezuela para ser operada –tampoco recuerda José María de qué dolencia– y no podía cargar con ella. Le pidió que se la quedara, a cambio de que le ayudase comprándole el tiquete que la llevaría al país vecino. El trato quedó pactado y la ‘Reina’ cambió de hogar. De aquella mujer que la dejó en manos de los Arcón nada se ha vuelto a saber.

Aún escribe. Su tinta a medio pintar reseña las palabras aleatorias que, cada vez que decide exhibirla, le ordena su dueño. No la venden a ningún precio, así alguna vez haya estado casi en manos de otro propietario. José María agradece aquel arrebato de su esposa, doña Gloria, quien le impidió venderla y ha cedido su puesto como señora de la casa a aquel aparato inigualable, que con más de un siglo de existencia, no cede al tiempo ni a las marcas, al imperativo de los años que amenazan con hacerla envejecer.

Sigue tan diva y tan moza como cuando llegó a Arcón. Marca, hechura y calidad ratifican su título de soberana entre los aparatos de antaño del lugar.

No mueren

Foto de Luis Rodríguez

Son 35 años sentado en las afueras del Centro Cívico, con una reliquia en frente. Ha tenido 6 u 8, no sabe exactamente, pero todas manuales y con sus años encima. Servando Muñoz es tramitador empírico y trabaja con una Olivetti línea 98 que lo ha graduado como “puyógrafo profesional”, aclara.


Las máquinas de escribir se aferran a la vida con una funcionalidad que las hace prácticas y aún útiles, en medio del desenfreno de un mundo rendido a los avances tecnológicos y la invención sin límites.

La labor que cumple Servando llenando uno y mil formatos legales y tramitando papeles que solo pueden concebirse con cinta y tinta es invaluable. Su Olivetti gris de gran tamaño es la aliada ideal. “No puedo hacer mi trabajo con un portátil porque no hay energía donde conectarlo en caso de quedarme sin batería –que es lo más probable–. Además, la mayoría de documentos vienen con un formato preestablecido que difícilmente podría llenarse en un computador”.

Siguen siendo imprescindibles. El carro y el rodillo se resisten a desaparecer entre cursores y botones que borran automáticamente. Los nuevos artefactos automatizados son una amenaza constante para las serviles máquinas manuales, pero estas se enfrentan día a día a esta reinvención como quien sabe que todo tiempo pasado fue mejor.

El auge de lo vintage

Esta máquina es un emblema, pero no puedo revelar el nombre de
su dueño porque es casi una profanación. La foto es de Cristian M.

Ese aura de pasado que evocan las máquinas de escribir no se ha limitado a su uso en el estricto sentido laboral. Las modas que van y vienen, las olas de esnobismo que llegan entre cada tanto y tanto ubican lo retro como un gusto generacional que se extiende rápido y logra aceptación entre jóvenes que no alcanzaron a convivir naturalmente con los objetos y artefactos sinónimos de épocas pasadas.

Los tonos sepia han vuelto a colorear el mundo. Objetos teñidos con el halo del desgaste que evidencia el paso del tiempo conforman gran parte de los retratos de álbumes digitales que se comparten segundo a segundo en el espacio cibernético.

Ambivalencia extraña en días de iPhones y iPads, de ‘smartphones’ de alta gama, que conjugan la tecnología de punta que los forjó con la apariencia que evoca los retratos del ayer. Plagados de aplicaciones como Instagram, que con sus efectos fotográficos como filtros, marcos y colores retro y ‘vintage’ homenajea a la Kodak Instamatic y las cámaras Polaroid, visten la tecnología de nostalgia de los momentos congelados con el marco del recuerdo de antes para no olvidar los buenos momentos del presente. Olor a semblanza. Al misterio atrapado en las páginas del pasado que vale la pena atesorar hasta que las épocas parezcan remotas…

1 comentario:

Eduardo Lora Cueto dijo...

Interesante recordar los inicios del computador. Es importante que se sigan preservando estas muestras de memoria histórica, que no hacen más que recordar lo que en un tiempo se fue. Muy bueno artículo, excelentes personajes, entre ellos, la REINA.