miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cuando el arte se vuelve tragedia

Esta entrada no es un hecho real, está basada en un cortometraje de Susan Jacobson titulado Una centésima de segundo (One hundredth of a second), que ha ganado varios galardones internacionales, sin embargo, la temática que aborda no es nada fantástica, es una cruda realidad a la que muchos fotógrafos de guerra se enfrentan a diario, cada uno con posiciones y acciones distintas.

El reportaje que escribí fue mi parcial de Redacción Periodística con el que obtuve una muy buena nota, y lo dejo a su consideración para que, si bien no juzguen el suceso como un acontecimiento real, reflexionen un poco acerca de la responsabilidad ética y sobre todo, moral, de cada profesión.

Aquí les dejo el video para que lo miren, pues además de ser muy bueno, es indispensable para comprender el texto. Cabe aclarar también que el precedente que menciono es totalmente verídico.





Si tienen problemas para ver el video, aquí les dejo el link
http://vimeo.com/7120916


La imagen de una niña yugoslava tendida en el suelo, muerta a causa de un balazo en la frente, era la fotografía ganadora que se proyectaba en el telón de los Pulitzer, los premios de periodismo más cotizados del mundo.


10 segundos, 15 segundos, 20, 25… 1 minuto. Kate Brolowsky nunca subió a recoger su galardón. La ganadora del premio a mejor fotografía del año abandonó el Salón Principal del Madison Square Garden porque no se sintió capaz, y mucho menos, merecedora de recogerlo, porque la historia se repitió…


Hace 15 años, en el mismo recinto, Kevin Carter se hacía acreedor del mismo galardón con una imagen que mostraba un imponente buitre aguardando por el momento de atacar a su presa: un niño desnutrido de la sabana africana. Dos meses después, Carter se suicidó.


Contado así no parecen justificarse las acciones realizadas por los fotógrafos en ambos casos, pero la verdadera historia, los hechos detrás de la escena capturada, son los que contienen la realidad perturbadora que los condujo a reaccionar de esa manera.


Kevin Carter tardó 40 minutos en tomar la foto, y Kate aún no calcula cuántos segundos pasaron, pues su mente no quiere pensar en ello…


Encontré a Kate Brolowsky en el baño de mujeres que se halla en el ala derecha del salón donde se efectuaba la ceremonia, una media hora después del inesperado suceso que revolucionó los Pulitzer. Su cara, rebosada en lágrimas, evidenciaba una profunda desesperación, pero sobre todo, unas inmensas ganas de retroceder el tiempo a costa de lo que fuera.


Cinco minutos antes de retratar la imagen ganadora, la fotógrafa austríaca presenció cómo un rebelde alemán de extrema izquierda intimidaba a una niña de unos ocho años. La redujo con su arma y le arrebató de sus manos, sin piedad, la única posesión que tenía en esos momentos, un oso de peluche. El rifle estaba a la altura de la frente de la menor, Kate contemplaba nerviosa la escena y su lente no dejaba de disparar. Sus ojos se centraban en los dos personajes, hasta que la pequeña yugoslava dirigió su mirada hacia los de ella. Kate sabía que esos ojos imploraban ayuda, una ayuda que de no ser proporcionada a tiempo, acabaría por dejar como saldo un corazón menos latiendo en el planeta. Y así fue.


Desde hace tres meses, los que han transcurrido desde la toma de la fotografía, Kate no puede conciliar un sueño tranquilo. Sus días se debaten entre la necesidad frustrada de contar su secreto a alguien sin ser juzgada, y la impotencia del “ya no hay nada que hacer”. Ella se siente cómplice de un crimen atroz, de esos que –como muchos- suceden por la incapacidad de reacción del hombre, por la pereza mental de impedir una tragedia ya sea porque no se sienten responsables o porque las ambiciones personales superan el nefasto destino de los otros.


La vigésima cuarta versión de los Pulitzer concluyó anoche entre murmullos y especulaciones. La sorpresa fue la gran protagonista de la gala, así como el amargo sabor de descubrir que detrás de la belleza de un arte se esconden funestas circunstancias como la historia de una guerra.

Le hice saber a Kate Brolowsky que narraría los hechos que me reveló. Ella aceptó avergonzada, llena de dolor y remordimiento. Sus palabras de despedida fueron: “Aún hoy no sé cuánto tiempo pasó”.


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