jueves, 27 de enero de 2011

De Barbies y otros demonios

Para mí, Barbie siempre fue la niña pura y perfecta. La mona exuberante de medidas perfectas que todo lo hacía bien, todo lo conseguía. Ha sido modelo, maestra, veterinaria, hasta hada y princesa. Tiene amigas que la aman, hermanas que la idolatran como el mejor ejemplo a seguir.
El único defecto que le veía a Barbie, era Ken. Ese mozo de cara sintética, apenas diferente al de su amada. Aquí entre nos, estaba convencida de que Ken era gay. Aún lo estoy.
Tuve dos casas de Barbie, dos carros –un Beatle para ella y un Jeep para Kelly y Tom, los pequeños-; una juguetería, una sala, un sillón inflable, un tina, una piscina, un juego de tocador completo para ella, una cocina de lujo. La consentía de verdad. Todo era original. Eso era una hazaña, porque para la época –que no difiere mucho de la actual-, que una niña estrato 3 tuviera todo eso era prácticamente un reto. No fue un golpe de suerte para mí, era el resultado de ser la única nieta de un abuelo consentidor y un par de tíos sin más obligación que pagar el servicio que quisieran en la casa, si les daba la gana.
Todo eso sin mencionar el montón de objetos personales que tenía de Barbie. Cepillos de dientes, cámara fotográfica, pasta dental, desodorantes, jabones, cuadernos, sellos, perfumes, almohadas, blusas, pijamas, peinillas, zapatos, etc. Me gustaba en especial una jardinera fucsia con su logotipo y un cd-rom de Super Modas Diseña Conmigo (la semana pasada lo instalé en el pc de mis primitas; ha perdido calidad de imagen, pero se deja jugar).
Vestigios de esas épocas se pueden apreciar en mi casa donde aún –debo confesar- duermo con una almohada cuya funda evidencia una bella jovencita de cabellos rubios y amplia sonrisa, así como un llavero que conservo todavía y un par de cuadernos viejos que heredaron mis primitas para jugar.
Era una fan total. En el fondo lo sigo siendo. El consumismo hizo estragos en mí, pero ¿qué podía hacer yo? Tenía 3 años cuando la vi por primera vez y armé berrinche porque la quería. Desde ese día me atrapó y crecí como otras miles de niñas alrededor del mundo.

***

Escribo este preámbulo porque quiero que entiendan la relación que de pequeña tenía con el máximo símbolo de Mattel, porque me atrevo a decir que su impacto y su historia sobrepasan por mucho a su colega masculino, Max Steel. Además, porque después de tantos años, he vuelto a saber de ella de un modo diferente al de las  promociones que veo en televisión anunciando su última profesión.
La responsable de esta situación es Mariel Clayton, una fotógrafa sudafricana radicada en Canadá, cuyo trabajo tiene una misión para muchos acertada, mientras que para otros, está completamente fuera de tono: desmitificar a Barbie. En él podemos apreciar al prototipo de la mujer americana por excelencia, como un ser cargado de parafilias y afanes perturbadores.
Barbie es asesina, adicta, desequilibrada. En una palabra: imperfecta. Todo lo contrario a lo que siempre aparentó.
Juzguen ustedes mismos y saquen sus propias conclusiones.











Si este trabajo hubiera salido 10 años atrás, mi infancia se habría hecho pedazos. Afortunadamente lo descubro ahora, cuando el tiempo ha cavilado en mí y puedo entender la crítica que lleva cada retrato. Incluso puedo identificarme. Creo que acabo de descubrir por qué jamás me tinturaría el cabello de rubio.

Bonus Tracks para este post:

El Flickr de la mismísima Mariel Clayton:

- Un artículo al respecto (y gestor de esta entrada) http://www.kienyke.com/2011/01/22/cuando-las-barbies-se-vuelven-malas/

1 comentario:

Bolitauñita dijo...

Pudo ser extremadamente sexy antes, ahora con es actitud asesina y salvaje puede causarme sueños eróticos. Amo el post =D