domingo, 10 de octubre de 2010

La vida cuando se tiene la sangre azul / Parte I

Siempre he sentido una extraña atracción por las dinastías, la realeza, los príncipes y reinas, por la `sangre azul´… No puedo explicar a qué se debe tal interés, y esta entrada tampoco es un intento por hacerlo, sino más bien, por tratar de entender a fondo este particular tema que me seduce y espero que también logre captar su atención.
Empecemos por definir ciertos conceptos ligados a la cuestión. Lo primero es remontarse a la Monarquía, a uno de los modos de gobierno propuestos por Aristóteles, que junto con la Aristocracia y la República representa las maneras ideales de ejercer la política. Su modo corrupto es la tiranía, y su principal característica, como lo evidencia su etimología, es que el gobierno recae en una sola persona, donde el cargo supremo se distingue por ser:
  • personal, y estrictamente unipersonal
  • vitalicia (en algunos casos históricos existieron magistraduras temporales con funciones similares, como la dictadura romana, y en muchos casos se produce la abdicación voluntaria o el derrocamiento o destronamiento forzoso, que puede o no ir acompañado del regicidio).
  •  designada según un orden hereditario (monarquía hereditaria), aunque en algunos casos se elige, bien por cooptación del propio monarca, bien por un grupo selecto (monarquía electiva)
(Fuente: Wikipedia.org)

Un poco de historia…

Desde la Edad Antigua se tienen rastros de la consolidación de la monarquía. Nombres como Minos o Príamo son comunes al hablar de los primeros reyes occidentales. Pero incluso, ya en la mitología griega se vislumbraba una gran figura monárquica: Zeus, el gran dios, que junto con sus hermanos –que bien podrían considerarse príncipes- dominaban el mundo y sus alrededores, el Cielo, el Caos, el Océano. Cada uno era autoridad en su respectivo escenario.
Siguiendo con la línea temporal, la Edad Media tuvo muchos altibajos con respecto al tema de las dinastías reales, sin embargo, la Baja Edad Media ofreció un panorama más que favorable para este tipo de gobernación. El feudalismo reforzó este sistema: los Estados modernos surgieron gracias a que la burguesía, en ascenso, se apoderó de los nuevos mercados y desembocó en la consolidación del capitalismo. A los nuevos comerciantes les convenía la fortalecimiento de un poder soberano, que regulara el orden y ofreciera estabilidad a su nueva actividad económica, relación de simbiosis estatal que se selló con la relación clero- nobleza- burguesía.

Aunque la historia ha conocido varios tipos de monarquía –absoluta, parlamentaria y constitucional-, la que prevalece hoy mayormente es la parlamentaria, que cuando se hace más participativa podríamos tildarla de constitucional, tal es el caso de España. Por estos tiempos el rey no impone su palabra, y aunque ostente el poder simbólico de unidad nacional, más como una tradición ancestral, no se puede hablar de una imposición de la autoridad, pues el régimen político es considerado democrático, ya que una Asamblea, Parlamento o Concejo de Estado es quien, en última instancia, conduce el país.

A continuación les dejo unas diapositivas muy completas sobre el tema y la situación actual de las familias reales, que servirá de base para la próxima entrega.



En palabras de Francisco de Quevedo: "Que el reinar es tarea que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulos de una muerte viva; lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no mancharon sus recordaciones contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo." 

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