Esta nota la escribí para los diarios ADN y El Tiempo Caribe, y fue publicada el 8 de abril de 2014.
Detalle de amor de Café Boutique, donde encontré un collar baroque para morirse. Les debo la foto. Esta al tomó mi tocaya Andrea Ortega. |
Los cafés de la ciudad toman aires cada vez más románticos, cambiando
la experiencia de un momento entre amigas, por ejemplo, en torno a la bebida.
Barranquilla es una señoritona de
aires románticos que tiene ganas de volver a irradiar la vanidad europea que la
envolvió en su época dorada, cuando de la Arenosa pasó de ser la Puerta de Oro
gracias a una pujanza vívida que vino de la mano de las oleadas de inmigración.
Cuando italianos, franceses,
alemanes y españoles terminaron en esta esquina suramericana, sembraron en esta
tierra un influjo artístico único, que se fusionó con las formas autóctonas
para crear una amalgama única sugerida, por ejemplo, en el contraste del señorío
arquitectónico Barrio Abajo con el colorido de sus fachadas.
Barranquilla no olvida eso que la
distinguió, y en su afán por volver a acaparar miradas y en camino a
reconvertirse en la urbe cosmopolita que muchos tiene en su mente, ya muestra
visos de volver a vestirse con la mejor de sus galas, al sorbo de una taza de
té.
Café Boutique.
Café Boutique comenzó a ‘bordar’ ese halo romántico
desde diciembre del 2012, en la carrera 52 con calle 76. Giuliana Pezzano, su
propietaria, es una diseñadora de modas y 'fashion stylist' que quiso abrir una
‘concept store’ (tienda de conceptos) en su ciudad natal, al mejor estilo de
los locales italianos que visitó en su estadía en Milano, donde estudió.
Giuliana tomando té en su local |
La moda, claramente, era lo esencial en su negocio, cuyo concepto es lo vintage. Pero algo llegó por añadidura para y terminó siendo la cereza del pastel: el café. Además de comercializar prendas y complementos que trae de todo el mundo y que van desde los $30.000 –que puede ser un esmalte único- hasta una cartera Chanel de US $1.800, alineó sillas de té en su local para brindar una experiencia diferente, alineada con esa atmósfera europea que quería lograr.
El Nespresso es el café que
brinda a los clientes, que no necesariamente llegan por la moda, sino por tener
un rato más íntimo entre amigas en este espacio acogedor. “Muchas vienen a
tardear, a conversar tomándose un capuccino; hay otras que separan el espacio
para hacer baby showers y cumpleaños a modo de tea party”.
Además del Nespresso, que da la
oportunidad de elegir entre 16 cápsulas de café de diferentes partes del mundo
según la intensidad, los dips son las estrellas del menú “porque son lo más
gourmet, lo más saludable y una combinación ideal para una taza de latte,
machiatto o espresso”.
Por lo lindo y refinado, se ha
labrado la concepción de que para visitar sitios así se requiere una gran
inversión, pero no. Una taza de espresso cuesta $2.800, mientras que el cáfe
más costoso que se puede probar es un capuccino, el más pedido, a $4.000.
Los dips son un homenaje a la
amistad: vienen para compartir. Una porción para entre cuatro y seis personas
(servidas en copas, suntuosamente) del Giardini di Versailles cuesta $13.000.
Detalle de adornos y bebidas que se ofrecen |
En el lugar suelen organizarse 'trunk shows' a modo de 'tea party' |
Una clienta que siempre recuerdan en Café Boutique: Silvia Tcherassi, devota al Nespresso |
Le Jardin.
Le Jardin también tiene lo suyo, pero para hablar de él
hay que pasar de ‘concept store’ a café bistro, que viene de la denominación
francesa bistró, usada referirse pequeños establecimientos populares de Francia
donde se sirven café, quesos y otras bebidas, así como otras comidas ligeras, a
precios económicos.
Lo lindo no tiene que ser necesariamente
costoso, y Ana Cristina Bojanini, la artista plástica barranquillera, lo ha
entendido así en su nuevo ‘taller’, ubicado al lado de su galería, en la calle
79 con carrera 51. Uno donde las pinturas y la resina quedan a un lado, para
dejar ‘florecer’ un ambiente acogedor al tiempo que se degustan platos únicos y
un precio ‘democrático’.
Le Jardin cuenta con tazas de té pintadas por Ana Cristina Bojanini. Su hija Joelle es la autora de los menús, pintados a mano. También hay que contar los cojines, las lámparas... |
Del techo de Le Jardin cuelgan
unas burbujas de luz que, sumadas al jazz que envuelve el lugar, podrían
asustar el bolsillo de muchos. La carta, que muchos no querrían tocar, es lo
realmente tranquilizador y apetecido.
Los espressos, de $2.500, o los
lattes, de $4.000, hacen pareja a ma’amoules –una especie de postre- de pátil y
nueces, o de pistachos con azahar, o de agua de rosas, que tiene un valor de
$6.500. “Es algo muy de la casa”, explica Bojanini, quien se encargó, junto a
Olga María Salcedo, la anfitriona del lugar, de diseñar un menú corto, pero
sustancioso.
Los crepes no faltan y rondan los
$17.000, así como los sándwiches, que también hacen parte de una carta de
colores pintada a mano con el sello Bojanini. El helado de la casa, con
merengue y almendras, es el consentido de Le Jardin, aunque otro le compite
fuertemente: el Allegra, un helado hecho con las auténticas alegrías
curramberas, a $12.000.
La carta de postres es bastante rica, con gran influencia árabe |
Feffy’s.
En Feffy’s, una bicicleta vintage colgada en la pared
avisa que, en ese espacio, el gusto por lo romántico es la regla. Paredes
azules, flores blancas y vajillas de colección son compañía para quienes llegan
a este lugar, en la esquina de la carrera 59C con calle 81, a tomarse un café o
a morder un cupcake.
Los clientes, como en la mayoría
de este tipo de locales, van desde el público juvenil hasta los adultos
mayores. Aunque allá, las niñas son las invitadas de honor. Las fiestas
infantiles se convirtieron en ‘tea parties’ y los cumpleaños se celebran
alrededor de una tanda de ponquecitos decorados, “porque creen que están en un
castillo de princesas”, cuenta su propietaria Estefany Saumet.
Este juego de té es un primor. Nadie quiere irse sin una foto. |
Hace seis meses abrió este local,
un templo dedicado a sus pasiones: la pastelería y los objetos viejos, muchos
de los cuales ha sacado de la calle y los ha restaurado para envolver en la
atmósfera más ensoñadora posible su negocio. Lo más costoso de su carta es la
especialidad, el mocca frapuccino, a ocho mil pesos.
El resto de la pastelería
francesa, los pequeños pudincillos y las pizzetas oscilan entre los $2.000 y
$7.000. “Una monareta”, como dice ella.
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