El bebé de dos metros se presentó ante el entonces jefe de redacción de EL HERALDO, Juan Gossaín, con la siguiente frase: “yo soy él”. Ernesto McCausland siempre supo quién era y lo que quería hacer. En memoria de Ernesto nos reunimos ayer, en el Amira De la Rosa, en una de las sesiones de la última jornada del Carnaval de las Artes, para hablar de la crónica y sus matices, pero terminamos, en memoria de la crónica, recordándolo a él como uno de sus más grandes exponentes en el país; como un maestro magistral que enseñó cómo moldear su arte, con cámara fotográfica, cinematográfica, grabadora, lápiz y libreta en mano, pero sobre todo, con mucho olfato. Y disciplina.
Alfredo Sabbagh moderó una tertulia entre Óscar Montes, Alonso Sánchez Baute, Juan Gossaín y Marco Schwartz, su amigo de ‘Ernest’ desde el inicio de sus correrías en el periodismo, cuando antepuso la crónica por encima de todo.
El menor del ‘Kínder de Olguita Emiliani’, como llamaban en esa época a la sala de redacción de EL HERALDO, se rebeló ante la estructura piramidal de la noticia que enseñan en la academia sumergido en otros métodos más sensibles, capaces de convertir un hecho aislado en una historia con la cual reír –o llorar– en cualquier latitud.
Marco, hermano entrañable del fallecido periodista barranquillero, rememoró los primeros momentos del despertar del gran cronista, cuando Olguita, su maestra, lo miraba perpleja por el ‘atrevimiento’ de ese muchachito necio, que llegaba a ponerle su orden al revés. Pero Juan B. Fernández, director del diario y cómplice de esa naciente promesa del periodismo, le dio el aval para hacer de las suyas en una atmósfera estandarizada, a la que le dio luz y aliento. La renovó atrevidamente, encontró un camino propio y no se equivocó.
Y he aquí el que Gossaín considera el aporte más grande de McCausland al periodismo. “Fue recorrer, crónica en mano, todos los medios”.
Pero es que –sigue hablando, entre whisky y whisky, Gossaín- Ernesto no tenía otro remedio: nació Caribe y barranquillero. Su futuro, indefectiblemente, sería narrar, por todos los medios posibles, las inverosímiles y picarescas escenas que se recrean, a diario, en esta esquina del planeta. “Con gracia, con donosura”, palabras del hijo de San Bernardo del Viento para pintar algunos rasgos de quien fue nuestro Editor General.
Para Gossaín, la crónica fue el gran remedio de un McCausland que supo combatir, más de una vez, la enfermedad con su pasión por el género. “Encontró en la crónica el cordón umbilical con la vida”, y esa simbiosis que se formó entre él y el género, parió momentos únicos, trazados con palabras escritas, dichas, y hasta apoyadas en imágenes.
Talentoso como era, también tenía la disciplina y el rigor. Óscar Montes, editor encargado de EL HERALDO y quien trabajó de su mano en el último período de su vida, dio fe de eso, así como de su don de gente, de esa entrega apasionada por su trabajo, casi obsesiva, que logró dejar huella en el corazón de todos quienes lo conocieron. “No sé de alguien que conozca a Ernesto McCausland y no lo quiera”.
Al finalizar, una frase de esas para no olvidar vino de Alfredo Sabbagh: “una historia es un lazo que amarra un momento en el tiempo”. Si es así, Ernesto nos regaló un puñado de episodios anidados a letras, videos y voz, que hoy por hoy escriben una de las más insignes páginas del periodismo colombiano: la de McCausland, el bebé de dos metros que nunca envejeció, pues siempre vivió con el ímpetu de la juventud de aquel pelao recién graduado, enamorado de su obstinada pasión.
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