Ayer, uno de mis maestros en el periodismo, editor del periódico EL HERALDO, donde trabajo, fue galardonado con el premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un periodista. El premio es, quizás, el más importante reconocimiento a la carrera del periodismo en este país. Ernesto McCausland Sojo es el nombre que ayer más aplaudieron los presentes a la ceremonia de premiación, y aunque él no pudo asistir, tuvo un par de representantes que no puede amar más su corazón: Marcela y Natalia, sus dos hijas.
Yo, desde mi silla de redactora, tuve la misión de reseñar, un poco, sobre su carrera y su persona. Este fue mi homenaje:
El domingo pasado, en la edición semanal de la revista Latitud, suplemento literario de este diario, dos palabras coronaban la columna ‘El arte de narrar’, que sirve de abrebocas para dicha publicación. “Amor embotellado”, rezaba en el título. El autor solo podía ser uno: Ernesto McCausland.
“El amor no pertenece a los poetas. Tan humano es el amor, y al mismo tiempo tan sublime, que con toda seguridad prefiere no alojarse en violines e inspiraciones, sino en el pedazo de jabón que amanece allí, cada mañana, en una ducha de baldosines desdibujados: el amor es, a fin de cuentas, de quienes lo sienten, lo viven, lo padecen, superan sus fases perentorias con enjundia de guerreros, caen en la monotonía del desfile de los días para luego darse cuenta de que –después de diez, quince, veinte años– deben iniciar una estoica reconquista en cada despertar”, escribió.
Decir que una lágrima no se asomó tímidamente podría significar una mentira. Luego del trance emocional, de los sollozos invisibles, de una legión de pensamientos, vino –para muchos de nosotros– la pregunta: ¿cómo?, ¿cómo le hace para sacar, a quemarropa, con dulzura y ligereza, esa hojarasca de palabras cuidadosamente anidadas, inmensas y providencialmente sabias?
Parece que Ernesto estuviera envuelto en un velo onírico, de esos que solo visten a literatos, a sabios, como él. Y tan colosal como sus palabras es su persona. En ese cuerpo alto, forjado por el básquetbol y las letras, creció un “devoto creyente, juniorista consumado, que suele cantar vallenatos en fiestas familiares”, tal cual reza la frase autobiográfica con la que se dibuja.
El periodismo ha gravitado en su vida desde los 18 años. La crónica, su gran cincel para esculpir magistrales interpretaciones, sobre todo de ese sentir caribe a través de sus certeros trabajos periodísticos. El resultado: una hoja de vida colmada de reconocimientos, pero sobre todo, del más puro amor y respeto por el oficio.
Un premio merecido, esperado, se suma hoy a un cúmulo de galardones para exaltar una carrera plausible, que lejos de brillar para sí misma únicamente, ha iluminado el camino de quienes han tenido el privilegio de trabajar a su lado.
Para terminar, dos aclaraciones. La primera: todos los que conformamos la gran familia EL HERALDO nos arropamos en el honor de este premio para ese gran capitán que conduce nuestro barco. La segunda: todo nuestro amor embotellado, desde lo más profundo de esta redacción, es para él.
Su embajadoras leyeron esta extraordinaria declaración, que solo podía venir de él:
La urgencia de la crónica. Me las he arreglado para hacerle creer a todos que soy cronista y —de semejante falacia— he logrado salirme con la mía.
Aunque la crónica ha sido mi compañera inseparable a través de los caminos del periodismo, lo digo con absoluta franqueza: todavía es la hora en que abuso del gerundio, sigo siendo malísimo para los remates y en ocasiones incurro en el pecado mortal del melodrama.
No sé si esta magna instancia, ante los colegas del jurado que ha tenido la deferencia de otorgarme este galardón, un maestro del pensamiento universal como don Fernando Savater, y todo el estamento de la profesión que venero, sea la apropiada para salir a estas horas de la vida con una confesión de esa envergadura, pero bueno… algún día tenía que decirlo. La verdad es que me volví impostor de la crónica porque los caudales de la vida no me dieron otra opción:
Mientras mis jóvenes colegas de hoy día leen en la primera página de los periódicos rígidas noticias sobre política, economía, orden público, gobierno y corrupción, yo bebí de una fuente muy distinta: la primera página de un periódico de mi infancia, bien podía incluir, a cuatro columnas, una crónica de Juan Gossaín sobre Pambelé, con la particularidad de que por ninguna parte aparecía la palabra boxeo; u otra de José Cervantes Angulo, sintetizando todo el fenómeno del primer narcotráfico —la bonanza marimbera— a través de los ojos de un sicario pavoroso al que apodaban “el Tín” …. Así las cosas, cuando llevaba dos años ejerciendo de manera empírica el oficio, bajo la tutela implacable de mi maestra Olga Emiliani, me brotó orgánicamente la opción de transformar una noticia de cumplimento en una crónica humana y sincera.
Me fue publicada. Así comenzó el cuidadoso cultivo de mi farsa. Hoy he vuelto a cometer esa travesura casi que cotidianamente. Lo he hecho en radio, televisión, prensa y en todo medio en el que encuentro editor alcahueta dispuesto a creer lo que ya todos son culpables de creer. A una fría noticia cotidiana, en virtud precisamente al fuero que me he ganado, me doy el lujo de verterla en una paila y llevarla al fogón de la crónica.
Pero no soy cronista por alguna recóndita verdad culinaria.
Lo soy más bien porque instintivamente considero que con mi producto me aproximo más a la verdad. Tanto confío en lo anterior que tengo la certeza de que si a la Colombia contemporánea la hubiésemos relatado con temperatura de cronista —sin renunciar jamás a postulados básicos como el compromiso con la verdad y el equilibrio— tendríamos mucha más claridad sobre la dura realidad que nos asedia.
En algún momento llegué a pensar que esta guerra —cuyo fin ojalá esté tan cerca como lo intuyen nuestros corazones— era vista por el país como un macabro cotejo futbolístico, en la cual un día ganaban los unos por goleada y al siguiente lo hacían los otros por estrecho margen. Tanto yo, como mis colegas que lideran medios de comunicación, estamos en mora de responderle al país por qué permitimos que el conflicto lo contaran las matemáticas y no la gramática.
Y cada vez me doy cuenta con mayor claridad que el principal factor para ese vacío histórico, es financiero. Pocos empresarios de medios creen que vale la pena tener en la redacción a un elemento que pase todo un día en pos de una gran historia, luego la mastique, la deglute, y la produzca con el exquisito recurso de la más poética sencillez. Nos gusta más una moledora humana, que nos traiga tres buenas chivas, despachadas sin contemplaciones en seis gélidos párrafos.
Y aquí mi punto: si yo me las he arreglado para hacer creer que soy cronista, ¿por qué no permitir que esa misma treta la haga cualquier elemento de la redacción?
Jamás le he encargado una crónica a un periodista cualquiera de la redacción y siento que me haya decepcionado.
No defiendo la crónica por algún motivo romántico, de poeta nostálgico. Lo hago porque creo que, a través del aprovechamiento pleno de los recursos del lenguaje, del vuelo del espíritu que ella implica, de las herramientas estilísticas que aporta, de la honestidad que demanda, de su exploración real del ser humano, nos aproximamos más a la verdad. Por eso, al tiempo que agradezco desde lo más profundo de mi alma presente este homenaje, conmino al colegaje —y sobretodo al liderazgo de los medios— a abrir las compuertas de la crónica, el reportaje y géneros afines.
Nunca es tarde para ser sinceros. Nunca es tarde para decir a plenitud la verdad. Y es —a fin de cuentas— la manera más efectiva de canalizar toda esta divina pasión que nos despierta el oficio. Recibo este premio a nombre del periodismo que con múltiples dificultades se realiza en la provincia colombiana, especialmente en nuestra querida región Caribe. Aquí sigo aprendiendo cada día. Aquí, con una extraordinaria nómina de colegas y compañeros, rendimos el culto diario a la profesión más hermosa del mundo. Muchas gracias.
Bonus track: Si esto no es suficiente para quedar encantados con la pluma de Ernesto, aquí les dejo un plato fuerte: ernestomccausland.com
2 comentarios:
:) que bonito
aunq no soy costeño lo identifico por sus documentales de la música vallenata, bien merecido!!
Publicar un comentario