Uno no sabe qué mirar primero. Si la Barra
Juniorista, a modo de la propia frutera, o el Expreso Cucayo, con torniquete a
bordo. Los culpables del enredo visual: la ‘Liga gráfica’, un grupo de señores
de varios municipios del Atlántico que se han dedicado toda su vida al arte
popular que inunda las calles de Barranquilla de color, y que ahora están bajo
las mismas coordenadas, debajo de un palo de almendra enorme, como mandado a poner
en la terraza del lugar.
Ellos se encargaron de condensar los rasgos
más autóctonos de Curramba en una explosión gastronómica vestida de fiesta
eterna, o sea, el resumen de esta ciudad, festiva por excelencia.
Un servilletero muy picotero |
Pero pongámosle orden al asunto. Para
empezar, hay que hacer una lista de las cosas que hace años no se veían. Los
chocoritos, esos juguetes minúsculos que se gastaban la infancia, ahora son los
recipientes donde se sirven los aderezos. Un carroemula en cerámica y el edificio
Miss Universo, partido en dos, como queriendo crear una versión de las Torres
Gemelas barranquilleras, son el servilletero y salero/pimentero,
respectivamente, y son creación de Luis Carlos Asís, artesano del taller
Carnaval Tradicional. Estos infaltables de la mesa también tienen su versión
picotera, un modelo a escala del Cucayo Estereo Láser, el nuevo lienzo de
William Gutiérrez.
Este señor de 54 años, residente del barrio
Santo Domingo de Guzmán, pintó en un par de días el lienzo tropical neón que
invita al goce pleno, “el más pegao”: la rockola popular que le pone el sabor
melódico a Cucayo. Los dibujos que más le solicitan son los que sirven para
alcahuetear una verbena al amanecer, los que identifican a los picós más
reconocidos de la ciudad con pinceladas fosforescentes.
Un giro de 90° alrededor de su máquina
musical para darse de frente con mecedores tejidos y mesas que chillan un
arcoíris costeño. Estas últimas, pintadas con aerógrafo, muestran los rostros
de las glorias del deporte local hechas por El Zurdo. Cada vuelta multicolor de
las cuerdas sintéticas que forran las sillas fue dada por Aquiles Escorcia, un
personaje de esos que ya poco se encuentran en las calles, con carretes de
plástico al hombro para reparar el gastado espaldar de la silla de visitas.
El único bus que no va en la hoja. Se entra sin pagar. |
No hay un detalle suelto. Todo está
fríamente calculado, como en el bus del fondo. Sí, un bus dentro de un
restaurante, que ambientaron las curiosas manos de David Pinto, graduado en
ningún lado de Estética Busetera, pero diestro en el arte de marcar ventanas,
hacer mosaicos en los techos de los automotores y acomodar asientos y
torniquete para recrear el propio bus barranquillero. Claro, sin excesos de
velocidad y paradas a destiempo.
La próxima frenada es la KZ, un templo
sagrado a los intérpretes ilustres de la banda sonora popular del Caribe, o,
dicho uno a uno, el recinto donde aún viven Joe Arroyo, Esthercita Forero,
Pacho Galán, la Niña Emilia, Rafael Orozco, y otros que aún nos acompañan, como
Diomedes Díaz, Pedro Ramayá, Iván Villazón, Poncho Zuleta… sus rostros fueron
trazados por Emiro Sarmiento, de Malambo, de 71 años, de sensibilidad en el
pulso, de cuadros por encargo.
Emiro Sarmiento, el 'papá' de la K-Z |
A Sarmiento, como le dicen, lo metió en el
cuento Añepracso, u Óscar Peña (nótese el palíndromo de su nombre artístico),
el más famoso rotulador de avisos de verbenas de la ciudad, el especialista en
tipografía picotera, el que invita, cada semana, con su puño y letra, a los
toques de las bestias musicales. “Como tengo la costumbre de firmar mis avisos,
hasta me llaman preguntándome que a qué hora es la verbena”. Él también estampó
mesas con su arte.
En el fondo de Cucayo, en este recinto que
hace las veces de caldero multicolor con forma de restaurante, cuatro ojos
enormes y amarillos miran sin parpadear. Las lámparas inertes del tigre y del
torito anuncian que se ha llegado a la Casa del Carnaval, donde burro, puloy,
monocuco y marimonda encabezan el despelote gastronómico. Porque solo después
de apreciar totalmente este palacio currambero es que se puede sentar uno tranquilo
a comerse una entrada de butifarra o de arepa e’ huevo. Pedir algo diferente a
agua e’ panela o un jugo de corozo es casi una blasfemia en Cucayo. Aquí se
viene a pedir algo de la casa, como una mojarra con arroz de coco, o un buen
sancocho de mondongo.
Nancy Cabrera, una de las dueñas del
restaurante, asegura que “sería un atrevimiento decir que yo hice el menú”. La
carta fue hecha basada en la idiosincrasia y en las costumbres gastronómicas
locales. “El chef principal es Barrranquilla”. Es un compendio de tradiciones
culinarias que se nutre día a día.
Para que queden antojados... |
Y es que en la gran oferta gastronómica
local reciente, que ha tenido un boom desde hace unos cinco años, no se
encontraba un sitio con las características de Cucayo, dicharachero y monocuco,
directo al paladar.
Los encargados de transformar el lugar en
el templo iconoclástico que salta a la vista fueron Johnny Insignares y
Fernando Vengoechea, de Todo Mono. “Ellos son los genios detrás del concepto”,
los encargados de hacer visibles esos personajes que todos vemos a través de su
arte, pero que pocos conocemos.
Del Caribe aflora, tierra encantadora, con
mar y río una gran sociedad…que se come, que se mira, que se escucha, que se
siente y que, ahora, se acuna en un universo pequeñito dentro de ella misma,
que le rinde homenaje para recordar lo grande que es, aunque se nos olvide.
Esto, como el cucayo, promete pegarse.
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