Con El Principito aprendí la palabra monotonía. La descubrí entre líneas, y la sentí en la aclaración de una profesora, luego de un par de preguntas de rigor ineludible. Interrogantes en bandada como los del pequeño de cabellos color oro, como el trigo, que afloraron en medio de la lectura, obligada al despuntar el bachillerato, apenas necesaria para caminar en la vida.
Era difícil remover la conciencia a los 10 años, si eso pretendía Antoine de Saint-Exupéry. “Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen”. Demasiado para una edad infantil incapaz de entender, en su totalidad, el enorme problema de las “personas mayores”.
Pero al releerlo, casi una década después, me domesticó. Ese verbo, esa “cosa demasiado olvidada” que significa –en palabras del autor francés- “crear lazos”, se hizo en mí para comprender que algo de la persona que había crecido en mi cuerpo me había abandonado. La palabra “efímero”, entonces, ya no era sorpresa.

La primera edición de El Principito, héroe intemporal en miniatura, figura indeleble de la literatura, vio la luz el seis de abril de 1943 en Estados Unidos, publicada por Reynal & Hitchcock Editions.
Sin embargo, Ediciones Gallimard, su casa francesa, decidió presentarlo en Francia tres años después, luego de la Segunda Guerra Mundial.
La editorial gala ha celebrado a lo largo de este año el aniversario 70 de su petit prince con varias publicaciones, como un libro animado y una novela gráfica adaptada a los dispositivos informáticos táctiles.
El Principito se ha convertido, desde su publicación, en un auténtico fenómeno editorial, con 265 traducciones, 1.300 ediciones y 145 millones de ejemplares vendidos. Es el libro no religioso más traducido en el mundo, según la matriz literaria francesa.

Tal vez un repaso en voz alta, una meditación detenida entre líneas, o unos dibujos sin pretensiones artísticas y más de una interpretación puedan ayudar a cumplir su deseo. Y el de los niños del mundo.
El pequeño príncipe, amante de una rosa, volverá este año, junto a sus interrogantes de gran edad, en forma de personaje cinematográfico, y en 3D.
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