“Los grillos tienen la sangre blanca”. Una imagen de este insecto en caricatura me lo enseña, al disponerme a caminar por un sendero mágico, escondido a la altura del kilómetro 8 de la vía La Cordialidad, en Galapa. Un mundo agrícola animal orgánico en miniatura, casi en su totalidad, que aún no está abierto al público, pero que recibe a pequeños de instituciones educativas a diario.
El Bosque Encantado da la bienvenida con una hojarasca salpicada de naranja y marrón que embaldosa el piso de tierra, lo que da la ilusión de un otoño perenne en medio del bosque seco tropical que rodea El Solar de Mao, la primera granja eco-campestre del Atlántico.
El canto de los grillos crea un eco casi sordo al estrellarse con las piedras, que subidas unas sobre otras, levantan un camino entarimado, cercado por leña, que conduce a un horno empedrado y rupestre, recuerdo de los primeros implementos que se utilizaron en la cocina. A un extremo de esa gran estructura, el tomillo, la albahaca, el cilantro y el orégano hacen gala de los privilegios que regala el mundo vegetal en cuanto a aromáticas. Un remanso verde, que colinda con la Bahía Aloe-Vera, donde crece esta especie de planta.
Verde y más verde, el paso obligado para llegar a La Granja. “Los conejos ven en azul y verde”. Un nuevo conocimiento que vertemos en nuestra memoria, para seguir por los estrechos pasillos de un espacio rectangular, habitado por conejos de raza rex y minirex, donde acaba de nacer Simón, el más pequeño de los mamíferos orejones.
También duermen, en ese recinto animal, gallos polacos de cabeza peluda; gallinas de seda, de blanco e inmaculado plumaje; gallos cochinchinos, como Claudio, con un plumero voluminoso en las patas y el cuello. Hay faisanes y hámsters. Y allí vive, además, Josefa, una boa constrictor que la Corporación Autónoma Regional del Atlántico les dio a cuidar, pues la granja es, además, hogar de paso de animales incautados.
“El ojo de la avestruz es más grande que su cerebro”. Son más de seis de estas aves no voladoras, propias de África, en este micromundo silvestre. Su lugar está justo al lado del hogar de La Pechi, la búfalo hembra, cuyo hedor ácido y fuerte provoca que más de uno de la decena de pequeños que recorren el solar se tapen la nariz.
Pamela y Bobby pasan a ser, luego, el centro de atención. Son un par de ponis con sillas de montar que reciben a los chiquillos en otro de los ambientes del mágico mundo natural. El paseo en sus lomos es el final del recorrido, el punto más esperado por todos. Pero antes, otras especies hay que ver, como a Lolita, la vaquita paturra que, hace cerca de 20 días, tuvo Lola, la vaca mayor.
“Buterflies can just see red, green and yellow colors”. En inglés también se aprende que las mariposas solo pueden ver los colores rojo, verde y amarillo. El Jardín de la Flor recibe, como un oasis inmediato con fuentes artificiales, bancas y lámparas de colores, a los visitantes de Mundo Mariposa, invitados a sumergirse en una cajita vestida de verde, que alberga alas de colores y orugas a punto de abrir las suyas.
El mariposario, único en la Región, es casa de monarcas, euremas, y otras especies, que duermen entre el verde, rojo, rosa y morado de plantas como corales, tú y yo y trinitarias. La fuente de agua, el susurro que mantiene tranquilas a las mariposas. El roce del dedito de los niños, la mejor cosquilla que despierta su espíritu mágico y juguetón.
Aquí les dejo una de las mejores fotos de la visita, para no olvidarla:
Y, por supuesto, no podía yo dejar de posar con mis amadas mariposas, y hasta con una amiguita que me encontré:
Aquí les dejo una de las mejores fotos de la visita, para no olvidarla:
Lola y Lolita |
Nacer y morir |
Y, por supuesto, no podía yo dejar de posar con mis amadas mariposas, y hasta con una amiguita que me encontré:
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