lunes, 21 de mayo de 2012

Ellas le ‘pusieron el pecho’ al cáncer


Este artículo fue publicado en el diario El Heraldo el 20/05/12

“Si nada nos salva de la muerte, que por lo menos el amor nos salve de la vida”
           - Pablo Neruda


Julia se reencontró consigo misma cuando combatió el
cáncer y se sobrepuso a él.
No se conocen. Quizá se habrán tropezado en una calle un día cualquiera, pero ninguna notó la presencia de la otra. Y aunque no se percataron recíprocamente de su existencia, ambas sí notaron un cuerpo extraño dentro de ellas que les dio el campanazo de alerta. No se conocen, pero comparten una historia. Ambas, en su momento, estuvieron desnudas de seguridad, de autoestima y de aceptación.

Julia se bañaba. Los 18 años en los cuales su madre convivió con cáncer de mama la alertaron por la masa que notaba en su seno izquierdo. La ginecóloga le dijo que, por el tamaño del quiste, parecía ser de agua. Por sus antecedentes, era preferible hacer una punción y mandarla a patología. A los pocos días su celular sonó. Era la ginecóloga. El cáncer había dado positivo.

A Érika le aterraba verse al espejo.
Ahora lo hace sin miedo.
A Érika se le ocurrió ir a un chequeo general. Su médico notó un cuerpo extraño en el interior de su mama y de ahí en adelante todo fue muy rápido. Tan rápido que no había asimilado, luego de una semana, además de una mastectomía radical y una reconstrucción de seno, que tenía cáncer. A los 31 años una noticia así la hizo pensar que la vida se había acabado.

Para Julia Olmos ese fue su peor 7 de diciembre. De hecho, fue el peor diciembre de los cincuenta y tantos que ha vivido. Su mayor miedo eran sus tres hijos, dos de ellos pequeños, a los que no les hallaba una vida sin su madre. Vinieron las quimios y las radioterapias, los viajes a Bogotá porque, para la época, en Barranquilla no había la tecnología médica necesaria para hacerlas. Fue duro el tratamiento, aceptar la enfermedad y sobre todo, dejar a sus niños por temporadas.

Érika De la Rosa sintió que perdió algo que la hacía ser lo que era: una mujer. “Quieres luchar por vivir pero no quieres perder algo, y sientes que te quitan parte de tu feminidad”. La quimioterapia no le dio tregua y le tumbó el cabello. Una peluca no era suficiente respaldo: la seguridad no llegaba. Lo que llegaron fueron preguntas sin respuestas aparentes: ¿dónde está Dios? ¿por qué a mí?... porque el ser humano, de a ratos, se cree intocable, invulnerable, exento del peligro que trae impregnada, por naturaleza, la vida.

Las fotos de Julia fueron tomadas por Vanexa Romero
Lo único que le pidieron los hijos a Julia fue que usara peluca para que sus compañeros no la vieran calva. El cabello había empezado a caerse por las quimios, y antes de ver cómo se iba perdiendo por completo, ella decidió raparse. Llamó a su peluquera de toda la vida y le explicó lo que quería. Su corazón de madre aún recuerda los ojos que pusieron sus pequeños Jorge Enrique, Alfredo y Juan Pablo mientras veían cómo las hebras iban cayendo al suelo al ras de la máquina que dejaba al descubierto el cuero cabelludo. Eso fue mucho más traumático que llegar a pesar 49 kilos.

“Cuando a uno le dicen que tiene cáncer uno piensa ¡se me acabó la vida!... la enfermedad se vuelve más fuerte que uno”, me cuenta una Érika sana y muy linda en la sala de su casa, ondeando un cabello negro envidiable, que cuesta creer que alguna vez no estuvo sobre su cabeza. Al enterarse del cáncer estaba sola, no tenía pareja y cree que fue lo mejor. Quien hubiera estado a su lado, además de aceptar la situación, debía ayudarla y apoyarla en ese difícil trance. Fue la familia su sostén en esos momentos. Su madre, su hermana y un angelito que llegaría meses después: Samuel, su sobrino y ahijado, su motor y aliento. Quien la hizo vivir.

Y las fotos de Érika las tomó
Josefina Villarreal
“Es que la enfermedad es como el Carnaval: solo el que lo vive sabe lo que es”, dice hoy tranquila Julia. Y solo quien lo vive puede buscar razones sólidas para aferrarse a la vida. “Dios fue mi refugio”. Y aún lo sigue siendo. Entre biblias, arcángeles y una imagen de la virgen de Fátima, revela la devoción que guarda en su alma. 

Érika cumple hoy 36 años y no los aparenta. Tiene más que motivos para festejar: acaban de cumplirse cinco años desde el diagnóstico sin presentar recaídas, por lo que puede decir, en tiempo pasado, que ya ‘tuvo’ cáncer. Julia superó los diez, y con ellos llegó la dicha de conocer a Tomás, su primer nieto.

Cuando se miran al espejo ven lo mismo: una mujer que ha podido reencontrarse con sí misma. Con la historia que les tocó vivir. Con la paz de quien sabe que ha hecho lo suyo para hacerle frente a los inconvenientes.

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