Por Andrea Jiménez Jiménez
El oficio de la ebanistería, uno de los más populares del sector, se va quedando sin exponentes. Los lugareños se han ido, dejando al barrio sin mano de obra y sin clientela.
Freddy Gaviria, uno de los más antiguos carpinteros del barrio. |
El sonido de la madera contra la sierra revela dónde viven
los Gaviria, la última dinastía de ebanistas de Getsemaní. En la mitad del
Callejón Ancho, tras una fachada morada, está su trono: un mesón enorme de
madera, con madera sobre él y aserrín por todos lados. Solo ha habido tres
'reyes': Freddy, el monarca mayor, el 'Corli' (o Codli, como suena en lenguaje
cartagenero); y Dávinson y Wilman, sus hijos.
Es una pobre estirpe, si se quiere. Un triduo que cabe en dos generaciones, apenas suficientes para que no se extinga uno de los
oficios más tradicionales del barrio 'cool' del Centro Histórico. Padre y hijos
son nombrados cuando se pregunta quiénes son los carpinteros de Getsemaní.
"Los Gaviria" o "donde el Codli", da la misma cosa.
Como si esperara a alguien, Freddy levanta la cabeza en
pleno sopor de la tarde del jueves. Está lijando un mueble de cocina que le
encargaron en Barranquilla. ¿Usted es el que hace los portones del Centro? Dice
que no, que hay que llegar a la Calle del Pozo para encontrarlos. Dos cuadras
abajo, al frente de un parquecito con estatuas de latón, está la respuesta.
El sitio tiene más apariencia de 'palacio' que la casa de los
Gaviria. Es una gran mole blanca sin puertas ni ventanas. Las reemplaza una
estera de metal que cubre todo el frente, todo echada hacia arriba. No se ve nada,
excepto estacas de madera arriba y abajo, unas sobre otras, y un camino
irregular que sube y baja, todo de piedras y aserrín. ¿Aquí hacen los portones
del Centro? "Sí, todos", dice la única mujer que se ve en Maderas
Carrillo, un depósito convertido en tres improvisados talleres de ebanistería. Todos
los carpinteros de Getsemaní caben en el patio esa casa. Excepto los Gaviria,
que tienen su propio 'principado'.
El primero que se asoma es Ulises Taborda, el cachaco. Casi
no se le puede oír porque el sonido de la sierra hace inaudible cualquier otro.
Entonces desconecta el aparato para contar cómo fue que hace siete años, luego
de una visita a una clienta, decidió dejar Bogotá e instalarse en Cartagena.
"Podría decir que me quedé por el negocio, pero sentí que algo especial
podría pasar acá". Llegó a Getsemaní a comprar material donde los Carrillo
y convenció a la dueña de quedarse alquilado en un rincón de ese patio donde
todo es polvoriento, rústico y marrón.
Los portones de La Heroica han sido su "principal
negocio". Los fabrica, los repara y los reproduce a escala. "Siempre
hay flujo de trabajo", y así es como puede restaurar, en promedio, tres al
mes, y elaborar uno completo en el mismo tiempo. Lo acompaña ese jueves Jorge
Luis, un aprendiz que no suda aunque el calor doblegue a su patrón. Él, junto a
tres carpinteros más, ayudan a Taborda, de 47 años, a cumplir con los pedidos
que van llegando, que se cotizan al alza de la madera en el mercado. La ceiba y
la teca, las más cotizadas, harán que un portal cueste entre 4 y 5 millones,
mientras que uno hecho en amargo, el roble y el cedro común, las más baratas, no
superará los dos millones.
El último portón hecho por los Gaviria. Lo hizo Wilman hace dos meses. |
Esa tarde solo está él, porque al parecer es el único que
tiene suficiente trabajo como para quedarse esa jornada calurosa e insoportable
cortando y pegando trozos de ceiba. Faltan Alfonso Urueta y Eliécer Guerrero,
cabezas del par de talleres que también funcionan allí.
Se aparecen al día siguiente, el viernes muy temprano, y
reciben el día bañados en aserrín. Son los más antiguos carpinteros de
Getsemaní, dicen el uno del otro. También estaban los Batista, otra dinastía,
pero se mudaron. "Se fueron para Chile, pero el barrio, no la
ciudad", cuenta Urueta, de 62 años, sobrino de Carlos Batista Santana,
"mi papá de crianza y maestro del oficio". A los nueve años, su tío
ya le estaba enseñando cómo cortar el triplex y otros materiales. "Independiente
y sin ayudante", cuenta que hace tres años no hace un portal.
Guerrero, de la misma edad, lo acompaña en su suerte. Ya no
les encargan portones costosos de gran elaboración, sino "lo que salga".
Hay meses en los que no sale nada. No son los tiempos de Marco Fidel Álvarez,
otro viejo carpintero getsemanisense, ahora residenciado en Blas de Lezo.
Tampoco los de Antonio Sayas, colega de la época, que ahora vive "quién
sabe dónde". Se van los vecinos, y con ellos, los clientes. "Ya no
hay a quién venderle. Por aquí ahora son más los extranjeros que los
propios".
Los ebanistas y los que no, nacidos también en Getsemaní,
han visto la oportunidad de aumentar su patrimonio al irse del barrio. Venden
una casa en alrededor de 2 mil millones de pesos y compran, con ese dinero, cuatro
más en diferentes puntos de Cartagena. Tampoco hay con qué pagar el millonario
predial, así que salir del sector se convierte en lo más rentable.
Estudiantes en una clase de carpintería en la Escuela Taller. |
Los que quedan son la resistencia, los empecinados a
defender su legado familiar justo donde nacieron. "Como 'el Codli'",
dice Alfonso. "Ese aprendió conmigo".
Hay que volver al 'castillo' del Callejón Ancho para
entender que aunque Freddy 'el Corli' Gaviria no hace portones ya, algún día los
fabricó. Hoy, esporádicamente, esa labor le toca a su hijo. A Wilman, que
cortó, pegó, lijó y pintó el último hace dos meses, en compañía de los
estudiantes de la Escuela Taller, una institución de educación gratuita
enfocada en oficios patrimoniales. Queda dos cuadras arriba, y allí se enseña a
18 jóvenes cartageneros el arte de trabajar con madera.
Jesús David Alarcón tiene 17 años y hace parte del curso de
carpintería. No parece entusiasmarle mucho, pero actúa como si no tuviera más
camino. Es uno de los tres getsemanisenses del salón. "Me metí porque mis
dos amigos se inscribieron". Álex Gaviria y Cristian Watson, se llaman.
Ese viernes no fueron a la clase, y así parece irse notando el descuido de los
lugareños por preservar uno de los saberes ancestrales que se han cultivado en
esas calles del Centro Histórico.
Que ya no da plata, dicen los viejos. "Todo lo quieren
barato y no se puede. Yo los mando pa' Bazurto, que es regalado", dice 'el
Codli'. Que el turismo hace mella, dice la academia. "La dinámica en
Getsemaní es diferente a la de otros barrios populares de Cartagena. Aquí el
turismo ha despertado el interés por otras opciones laborales. Los jóvenes no
ven la carpintería como algo de estrato, como algo digno", alerta Leisy
Rivera, coordinadora académica de la Escuela Taller. Hace 24 años fue fundada
para preservar los oficios ancestrales del sector, pero ha ido perdiendo
popularidad entre los vecinos.
Las puertas y las ventanas siguen en su sitio. Pronto, los
que no lo estarán, serán sus creadores. Eso lo dicen lo todos.