Por Andrea Jiménez Jiménez
Gabo no es tan universal como parece. No, al menos, en la última morada del más grande de los novelistas colombianos. En el Claustro de La Merced de Cartagena, donde reposan sus cenizas, no todos saben que está ahí. Ni siquiera lo reconocen cuando los recibe su imagen sonriente, esculpida en piedra por la británica Katie Murray, subida a una columna de mármol.
El busto del autor no concentra muchas miradas. Abierto al
público hace 70 días, el resguardo del Nobel compite con todo lo que conforma
esa sede de la Universidad de Cartagena, elegida por Mercedes Barcha, viuda del
escritor, para albergar los restos mortales del creador de Macondo.
Lo primero que llama la atención de los turistas es la arquitectura
del lugar. Eso dice Luisa Coelho, una brasileña de 31 años que llegó al sitio el
viernes "caminando". El claustro, declarado Monumento Nacional, exhibe el
aura colonial que se repite en las fachadas del Centro Histórico de 'La
Heroica'. Por eso es natural que, siguiendo el camino de las murallas, los
extranjeros se detengan ante la fachada rosada de La Merced.
Una placa en la pared exterior, de esas que identifican las
calles de la Ciudad Amurallada, muestra el nombre de la edificación y revela
que allí se preserva parte de la historia de la Cartagena de Indias que todos,
o la mayoría, han ido a buscar. Así se topan con el único Nobel colombiano,
aunque no lo noten.
Eso fue lo que le ocurrió a Denis Lima, el novio de Luisa,
quien asegura que García Márquez fue el primer Nobel de Literatura. "¿Era
portugués o latino?". Lo que sabe del escritor de Aracataca es más bien difuso,
pero repite con vehemencia que "fue amigo de Jorge Amado", escritor
brasileño.
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Vista lateral del monumento a Gabo. Denis Lima, turista brasilero, recorre el claustro que lo acoge. |
Un aljibe enorme, añejo y subterráneo; una plataforma de
cristal y unas plantas dispuestas al pie del mausoleo completan el refugio
garciamarquiano que, según cifras de la Universidad de Cartagena, recibió
"más de 1.800 visitas" entre el 22 de mayo y el 30 de junio. El
registro indica visitantes de 41 países, provenientes principalmente de Estados
Unidos (142 personas), Brasil (102) y México (74). Pero el margen de error de
dichos archivos es amplio, a juzgar por lo ocurrido ese viernes, cuando, entre
las 3 y las 5 p.m., 15 extranjeros ingresaron al lugar y ninguno firmó la
planilla de visitas.
No lo hicieron Luisa ni Denis, ni tampoco un par de europeos
que solo dieron una vuelta por el antiguo convento. Gabo pasó inadvertido. Como
también ocurrió con otra pareja que solo asomó, buscó el baño, fotografió sus
balcones y partió a los dos minutos. No parece impresionarle a nadie el busto
de 1,5 metros, ni su ornamentación. No hay flashes para el monumento, solo
prisa por seguir recorriendo las murallas.
Es por accidente que se ha ido engrosando la lista de
visitas, según Leidy Pestana, vigilante de turno. Cuenta que esa tarde está
"quieta", pero la sacan de la inercia los Ocoró Mondragón, liderados
por Bertha, nicaragüense, y Gustavo, colombiano. Sus hijos, de 15 y 17 años,
los acompañan.
Son los únicos visitantes de la jornada que saben quién es
Gabo y por qué está ahí. Solo ellos se fotografiaron en la plataforma de las
cenizas, y también en la imagen en HD del escritor que reposa en una de las
paredes. "Está bien, pero esperaba
que estuviera mejor. Suponía que iban a tirar la casa por la ventana",
dice Gustavo, a quien el panteón le parece "un poquito simple". Una
visita de 10 minutos sacia la curiosidad de la familia, que echó de menos un
guía que les diera detalles de la construcción.
Los que llenan ese vacío son los vigilantes, como Pedro
Martínez, quien acompaña a Leidy. Acaba de señalarle a un oriental el sitio
exacto donde se encuentran las cenizas del Nobel, la pregunta más frecuente en
el lugar: " justo debajo del busto".
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Fachada del Claustro La Merced. |
Sobre las 5 p.m., hora en la que se cierra La Merced al
público, llega un grupo de turistas. Llevan cámaras, pero no disparan al
monumento. Señalan al balcón y no se dan por enterados de que Gabo, reducido,
es el que está allí. "La mayoría está azul", comenta al día siguiente
Thiago Moncaris, con nombre de turista brasileño, pero quien en realidad es el
vigilante cartagenero del turno del sábado. Tiene claro que Gabo y sus cenizas pasan inadvertidas casi siempre.
Es mediodía y el Nobel, sin
visitantes en la última hora, sigue allí, sonriendo a los que no llegan.
"Como esto todavía no lo han organizado bien" la afluencia no es
mucha, o no como la que puede esperarse para una figura como el cataquero.
"Hay mexicanos que lloran", continúa el de
seguridad, para explicar que García Márquez no es un desconocido para todos.
Hay extranjeros que tiene claro quién es el autor de 'Cien años de soledad'. Los
más recientes son los Mathias, unos brasileños que reconocen al autor y las
mariposas amarillas artificiales posadas en los árboles de almendro del recinto.
La familia entró al claustro luego de leer, en una placa conmemorativa casi
siempre ignorada, al pie de la fachada, que allí se encuentran las cenizas del
escritor.
"¿Murió en Cuba o aquí", pregunta Nelo, el único
del grupo que habla español. "En México", responde Thiago, que también
tiene claras otro par de cosas sobre el Nobel, o por lo menos, sobre lo que va
de su estancia sobre el aljibe. Una, que la hora en la que más llega gente es a
las 5:15 p.m., "cuando ya hemos cerrado la reja". Y dos, que el día
de mayor afluencia es el domingo, "cuando no abrimos". Tienen mucho
de Macondo sus sentencias.