“Un buen libro, Marcus, es un libro que uno se arrepiente de terminar”, le explica Harry Quebert a Goldman, el personaje narrador de la nueva novela en lengua francesa que ya se encuentra en escala de fenómeno mundial. Y el arrepentimiento se cuela entre los lectores cuando empiezan a extrañar la palpitante historia de un reputado profesor de literatura, una vez inmersos en las 660 páginas de este thriller americano escrito por un suizo, que parece terminar en cada capítulo, cuando, apenas, una nueva historia comienza.
La habilidad narrativa de Jöel Dicker pone a prueba sus 27 años, una edad casi atrevida para cargar con el éxito avasallante de una primera novela publicada con más de 750 mil ejemplares vendidos, y la osadía de colgarse al cuello los galardones Goncourt des Lycéens, el Gran Premio de Novela de la Academia Francesca y el Lire a la mejor novela en lengua gala. Temprana hazaña editorial.
Carátula del libro |
Del idioma original del texto, el suizo tiene que decir que “la novela francesa está atravesando tiempos difíciles, y ya París no es la verdadera capital de la cultura: ser leído, apasionar a los lectores, es visto como sospecha. A la cabeza de las listas de los libros más leídos está Harry Potter o Cincuenta sombras de Grey. O la novela americana de un suizo como yo”. Es cierto. Ahora, el libro del ‘niño prodigio’ de la literatura europea sobrevive a las ‘llamas’ de Inferno, de Dan Brown, incluso aventajándolo en algunos países como España e Italia.
La verdad sobre el caso Harry Quebert, la segunda novela que escribe Dicker, pero la primera en ser publicada, es pura ficción con sabor a verdad que no dejar de sorprender párrafo a párrafo. Una cuenta regresiva que no para hasta descubrir quién mató a Nola Kellergan, una encantadora quinceañera residente en Aurora, New Hampshire, amante de Quebert, el mentor de ‘El Formidable’ Marcus Goldman.
En las primeras páginas, sobre todo, hay un sentimiento agudo: un suizo que se cuela en el corazón americano, redescubriendo los pasos de su proeza como escritor, como cuando todo era un sueño. Parece que Joël Dicker se autoprologara. Sus líneas, quizás, dilucidan los atisbos del lector que interpreta a modo de autobiografía. Todo esto, con la investidura estadounidense de un promisorio escritor perdido en los suburbios neoyorquinos. Algo así como escuchar Sweet Home Alabama de fondo, sintiéndose poderosamente norteamericano. Tanto como Forrest Gump o el Tío Sam.
El Millennium suizo, como lo ha catalogado la crítica mundial, cumple toda la intención de su autor: desbordar los sentimientos de los lectores en su libro tal como lo harían con una serie televisiva de Hollywood. “Quería intentar escribir una novela extensa. Escribir un libro largo que se leyera rápido pero que no dieran ganas de terminarlo. Un libro que fuera como un suspiro. Un único suspiro”, declaró Dicker. Sueño cumplido.
Sus influencias: Philip Roth, “el escritor vivo más grande”, según el suizo. Roth, un Jersey boy ganador del Pulitzer, por solo mencionar uno de los tantos galardones conseguidos, despierta una pasión inusitada en Dicker, quien incluso rodea las pretensiones de Stieg Larsson con su trilogía de novelas policíacas.
En Latinoamérica ya se asoma la obra, por eso, conviene hablar de la verdad sobre el caso Jöel Dicker, más que del propio Quebert, en realidad.
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