lunes, 18 de junio de 2012

Estrenando a papá


Este artículo fue publicado en el diario El Heraldo el 17/06/12

Las fotos, hermosas, divinas, son de Jesús Rico



Iván Carlo nació a las 11:35 de la mañana de ayer, pero la espera por su nacimiento fue casi incontable para sus padres, Iván Darío Donado Arce y Lupe Van Heyl Cleves, quienes desde hace tres años estaban buscando que la familia creciera y que el primogénito llegara.

Luego de cinco años de noviazgo, otros cinco de matrimonio y un tratamiento al lado del gineco-obstetra Guido Parra, la anhelada noticia llegó: Lupe estaba embarazada y en nueve meses nacería Gabriela o Iván Carlo.

Sabiendo ya que la cigüeña traería un niño, al que llamarían igual que su padre y por elección de este mismo, empezaron los preparativos de la dulce espera. Viajaron juntos a Miami y de común acuerdo escogieron todas esas cosas que se compran con expectativa para el bebé.

Su barriga, dice, no fue nada traumática. Por el contrario, “el de los antojos fue Iván”, cuenta entre risas. Decir que la mamá se apersonó de todo sería mentira. A su lado siempre estuvo el orgulloso papá que, feliz y contento, la acompañó en cada instante del embarazo, espera maravillosa para ambos.

Papá expectante 

Dice la madre de Lupe, María Teresa Cleves, que su yerno habla bastante. Sin embargo, ayer en la mañana este solo se limitó a responder las preguntas con respecto al niño que venía en camino y a sus ansias como futuro padre.

Aparentemente tranquilo, no olvidó detalle alguno para recibir a su primogénito en las mejores condiciones. Solo salió de la Clínica La Asunción para comprar una ampolla de morfina, por si el dolor postparto de su esposa llegaba a ser un problema.

Hace dos semanas se resistía a entrar a la cesárea, pues como médico, la expectativa podría traicionarlo. No quería entrometerse en el procedimiento. Pese a ello, tomó la decisión de presenciar el nacimiento de su primer hijo.

Así, luego de la preparación de Lupe en la Sala de Control, vino la del propio Iván. Bata, gorro y pantuflas en mano, se metió al baño y salió convertido en lo que es: un cirujano de profesión, tal cual como luce en su trabajo.

Sin embargo, la ‘pinta’ de ayer, pese a ser igual a la que luce todos los días, no la olvidará en mucho tiempo: esta vez la llevaba en calidad de acompañante, de padre ansioso por ver al bebé que llevaría su mismo nombre, heredaría sus genes y se robaría su corazón.

Menos de una hora le tomó a Iván Carlo para nacer. “El pediatra me hacía señas como para que lo cargara, pero yo estaba en shock, emocionado, bastante nervioso. No sabía qué hacer. No me atreví a cargarlo”. Solo lo hizo cuando estuvo en la Sala de Neonatos. Iván padre lloró, como su hijo al nacer. “Lloró mucho. Parece que va a ser cantante”, vaticinó feliz.


Recordará por siempre el día que se estrenó como papá, que coincidió, como por capricho del azar, con la celebración del Día del Padre, como queriéndole recordar siempre su razón para festejar.

Sabe que a partir de ayer su vida cambió: ser padre es un compromiso que de mil amores aceptó, pero que le exigirá lo mejor de sí para ser el orgullo de Iván Carlo, a quien con tanto amor esperó, cargó y besó, y quien hoy no puede comprarle un detalle para llevárselo a la cama, porque resulta que él es su mejor regalo y quien lo ha hecho soñar con los años que vendrán a su lado.

lunes, 11 de junio de 2012

Bajo el lente del recuerdo

Este artículo fue publicado en el diario El Heraldo, el 10/06/12

Esta fotaza (y las demás) la captó el lente inspirado de mi amigo Jairo Rendón


Diego Cardona Acevedo no revela su edad, pero dice ser ‘señorito’. Pasa los días en un kiosco de 2x2 metros cuadrados que se halla debajo del puente del parque Suri Salcedo. Hace 20 años habita en ese espacio enchapado de paredes rústicas que emulan la corteza de un árbol. Una ventana marrón de madera y un letrero desvencijado en lo alto del lugar, pintado de azul desteñido y con la palabra ‘Fotógrafos’ grabada con vinilo negro casi ilegible sirven de fachada para ese rinconcito, donde parece que el tiempo se ha detenido.

Allí, Diego acuna sus más íntimos tesoros: una colección de cámaras análogas de vieja data que revelan su consagración a un arte que siente y defiende con vehemencia: la fotografía. Una Kodak de 10x cuelga de su pecho y ya es una extensión de su cuerpo. Gorra hacia atrás y cámara en mano, recorre la ciudad en busca de clientes, de trabajo, porque “yo voy a la montaña, mija”, dice con rotundidad.

Se la pasa caminando, trabajando en “cualquier cosa que salga”. A veces también lo van a buscar. Muchas personas ya saben cómo ubicarlo porque lleva 40 abriles en el oficio, como él mismo cuenta. Pese a que no pocos lo conocen, así como a su oficio, “los clientes se han perdido por la invasión de la cámara digital”. Ya no carga, como antes, los mil y un elementos decorativos que servían como estudio fotográfico improvisado. Prueba de ello es el inflable cada vez más desinflado que fue a parar como cachivache en su kiosco del Suri y que antes servía para retratar niños con sonrisas alegres en recuerdo de los meses y añitos que cumplían.

Arte sin artistas

Diego dice que la fotografía es mejor ahora, pero hay que estudiar para sacarle provecho. “El fotógrafo tiene que reinventarse, ser creativo. Mucho fotógrafo se ha retirado y lo ha hecho porque era fotógrafo de mercado, y la fotografía es arte y hay que vivirlo”.

Y además de sentir que es cada vez menos frecuente toparse con un colega que se apropie del oficio, aduce como otro responsable de la poca producción actual las ahora populares casas de fotografía.

Han monopolizado los insumos. Montar un laboratorio análogo hoy es casi imposible”, se lamenta. Acceder a los elementos necesarios para la toma y revelado de las instantáneas es una odisea si se piensa en los altos precios que hay que pagar por los papeles y los químicos. Las puertas se han ido cerrando, dejando abierta como única posibilidad el recurrir a dichos laboratorios para conseguir la imagen final. “El golpe más certero del fotógrafo no es la cámara digital, sino la química de la mafia de la fotografía”.

El otro responsable directo, según Diego, del deterioro de la labor es el ‘presidente periodista’, o Andrés Pastrana, quien abolió la tarjeta profesional. “Antes éramos una profesión respetada. Luchamos por tener nuestra tarjeta. Éramos más de 200 fotógrafos profesionales en el Círculo Colombiano de Reporteros Gráficos, pero llegó el ‘presidente periodista’ y nos tiró la tarjeta al piso”.

Diego espera que el retrato de los fotógrafos de profesión, de lucha, pase del monocromo blanco y negro y se tiña a color. Que la mejor postal que les quede sea enmarcada en las oportunidades que brinda el hoy.